Periferizar el dolor: Desde el dolor del mundo heroico
hasta las tecnologías anestésicas del biopoder actuales
Introducción
El presente ensayo pretende enlazar a distintos autores que tienen como tema en
común el dolor y la manera en que éste se ha abordado a través de la historia,
con sus respectivas lecturas filosóficas, tomando como eje principal los
trabajos “Sobre el dolor” y “El trabajador” de Ernst Jünger, para,
posteriormente, entrar a problematizar las distintas formas en las que ha
mutado tanto la concepción del dolor, como el cuerpo en sí mismo, y las
implicancias políticas, sociales y culturales vinculadas con este cambio.
Inicialmente,
podemos comprender desde Jünger que el dolor guarda una estrecha relación con
lo destinal- relación que los estoicos ya clarificaban respecto de qué postura
tomar sobre el padecimiento- , por lo cual toma al mismo dolor desde la figura
del hombre heroico, en relación con lo elemental, lo divino, y también con el
plano de lo viril. La manera en que se enfrenta e incluso se busca el dolor
responde a su vez, a una visión del ser
humano como persona singular que instauraría el nuevo orden en la figura del
trabajador, aquel que rompe con su subordinación al tercer estado burgués
cuando cae en cuenta de que todos los discursos que atraviesan y construyen su
subjetividad como proletario- tipo burgués de concebir a la persona singular,
centrado en la esfera económica de producción- residen en la pedagogía
burguesa, que también tiene una postura muy clara respecto a huir del dolor y
buscar perpetuar las lógicas contractuales de la negociación; concebir al
burgués como el débil significa recuperar esa praxis de acercamiento con el
dolor, y comprender que es parte fundamental de la existencia, al igual que el
peligro,
que ha sido normado por las políticas contractuales.
Así, en el presente ensayo haremos uso de las visiones de Mainländer sobre el
dolor y su carácter destinal en la ley de
debilitamiento de fuerzas, para expresar tanto la similitud que guarda con
Jûnger respecto al carácter elemental y transfigurador del dolor, para luego desviarlo al rol del Estado con
sus maneras de confrontación con el mismo; también haremos uso de la clase del
17 de Marzo de “Defender la sociedad”, de Michel Foucault, en el cual se
expresa el cambio paradigmático histórico y político entre la tanatopolítica
(del Derecho político de la Soberanía tradicional) hacia el desarrollo de
nuevas tecnologías del biopoder con la aparición del Estado moderno y sus
nuevos intereses en control de natalidad y enfermedades, enfocándose en una nueva
visión del cuerpo individual- antes comprendido como el espacio sobre el cual
se ejercían fuerzas de disciplina para extraer su productividad mediante
lógicas punitivas, y ahora comprendido como cuerpo-especie, del cual se puede
extraer la mayor cantidad de vitalidad mediante el mantenimiento de su calidad,
produciendo nuevas políticas de farmacología, y de la misma comprensión
biopolítica del cuerpo; y, finalmente, haremos uso de extractos del capítulo
Anestesia, del texto “La democracia inmunitaria, de Alain Brossat, para
describir las implicancias políticas de la aparición de la condición anestésica
y de las políticas públicas enfocadas a reducir el dolor al mínimo, en el
margen de lo moralmente permitido incluso, explicando que un indicio de
civilización sería la capacidad de un gobierno democrático de ofrecer la mayor
cantidad posible de insensibilización a sus ciudadanos y ciudadanas, reflejando
a su vez el cambio abismal entre el futuro que Jünger vislumbraba con la
emergencia de la figura del trabajador, y el contexto actual de debilidad en la
sociedad hipercapitalista del narcótico.
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¡Dime cual es tu relación con
el dolor y te diré quien eres! Como criterio el dolor es inmutable; variable
es, en cambio, el modo y manera como el ser humano se enfrenta a él.”1 [1]
Así comienza uno de los primeros párrafos que Ernst Jünger apuntaría en su
texto del año 1934, “Sobre el dolor”.
La base de este texto reside en cómo se concibe el padecer, tanto en su
naturaleza, como en su inevitabilidad, y las maneras en que la confrontación o
huída definen una visión específica del mundo, ya sea burguesa, o transformadora
de la sociedad tal como la educación burguesa instauró.
“(…) la persona singular se afana por
relegar el dolor al reino del azar, a una zona eludible, de la que podemos
escapar, o por la que en todo caso no es necesario que seamos alcanzados
(…) pronto tenemos la sensación de que
el acoso del dolor es seguro e ineludible. Nada nos es más cierto y nada nos
está más predestinado que cabalmente el dolor (…) no hay ninguna situación
humana que tenga un seguro contra el dolor”2 [2]
La idea del autor es , en conjunto con El
trabajador, hacer una crítica a la manera en que el propio carácter
destinal y propio de la materialidad orgánica del ser vivo del dolor ha sido
tratado de manera negativa a partir del sistema burgués de existencia y su
despliegue táctico, en el cual la misma pedagogía se ha encargado, mediante los
discursos ciudadanos y moralistas, de apaciguar cualquier amenaza y relegarla
al plano de la mínima posibilidad de ocurrencia, debido a que la burguesía,
como tercer estado, y como estamento histórico, ha estado siempre en una
desventaja con la violencia por el mismo carácter negociador de su oficio en el
nuevo mundo; Oficio pacificador que se ha difundido y que ha consistido siempre
en las lógicas del consenso y el acuerdo, el falso acuerdo, que en el fondo se
utiliza para evitar el riesgo de que se debilite la estructura del sistema
imperante que se ha construido con complicidad marginalizada del estamento del
trabajador, el cual también se ha visto permeado y debilitado por las
codificaciones que la pedagogía burguesa le ha impuesto. La aparición de los
discursos de paz en el periodo entre guerras puede comprenderse como la
emergencia de una narratividad en el momento preciso en que la carga bélica
saturó a las sociedades modernas y las llevó, por un instinto de supervivencia,
a supeditarse a estos mismos discursos que comenzaron a hacerse circular desde
el estamento europeo que se encontraba en la dominación hegemónica de los
nuevos modos de producción tanto del trabajo, de mercancías, como de
narratividades y pequeños relatos, todos direccionados con la finalidad de
asegurar su supervivencia y perpetuar sus mecanismos.
“Al burgués no le es dado el arte de
morir y por ello intentó retrasar a cualquier precio el momento- de su muerte.
(…) La pedagogía que el burgués practicó en el trabajador consistió en educarlo
para que fuera su socio en la negociación. El sentido que en eso se esconde, y
que consiste en el deseo de prolongar a cualquier precio la duración de la vida
de la sociedad burguesa” [3]
La
misma visión de sociedad es la que es tensionada en los textos, en los que se
plantea que la sociedad está en contraposición con el concepto de comunidad,
aquel que, sin embargo, la Sociedad de naciones- posterior ONU-, se preocupa de defender
marcando que lo que existe es una comunidad internacional de países que se
movilizan en la búsqueda del ideal de la paz perpetua kantiana, aunque, según
Jünger, todos estos movimientos redentores, pacificadores y buscadores de una
igualdad legal internacional sólo serviría para mantener funcionando los
engranajes capitalistas que comenzaron a operar a fines del siglo XIX, una
postura que el realismo internacional también defiende. El medio de usar la pedagogía burguesa impresa en el
trabajador tiene como uno de varios
fines mantener el interés burgués de construcción de sociedad contractual y el imaginario
de comunidad internacional porque la misma
identidad burguesa se basa en la negociación para evitar su extinción.
El dialogo opera como ortopedia a la incapacidad del burguesa de enfrentarse a
la guerra. El mismo trabajador como engranaje económico deviene de la escuela
del pensamiento burgués.
Las reglas de
la historia, de la política, y de toda disciplina de estudios que se aplique en
lo práctico se escriben a partir de quien tenga la hegemonía, y es indudable la
hegemonía del tercer estado burgués. La cuestión de la emergencia del
trabajador como figura que podría romper con este estado burgués y crear un
cuarto nuevo estado en conformidad con lo elemental y lo destinal de su tipo,
entonces, pasa a ser una estrategia de subversión, una necesidad de
confrontarse con el carácter enfermizo y débil de la sociedad burguesa, en la
medida en que implica que el individuo proletario se refuerce como persona
singular en la figura-trabajador, y pueda reconocer todos los discursos que la
pedagogía burguesa le impuso. Y, justamente, tensionar y quebrar estos discursos
en relación con el propio cuerpo- al cual el tercer estado le ocultó lo
inevitable del dolor hasta dejarlo en el plano de lo terrorífico, lo
inconcebible, con tal de reducir la amenaza que produciría la emergencia de un
estado dispuesto a entrar en conflicto bélico con tal de romper con su
hegemonía- significa hacer un barrido sociocultural de todos los paradigmas
éticos y valóricos que la burguesía instauró dentro de la construcción de lo
que se entiende como cuerpo, aquello que en cuanto a cuerpo-proletario, solo se
define como aquello que puede poner a disposición económica su fuerza de
trabajo para producir mercancía. Se redujo al cuerpo a un valor canjeable, cuyo
mayor miedo es a padecer el dolor por perder su capacidad productiva, mientras
que el burgués teme a padecer el dolor por no tener en su naturaleza como
estamento la capacidad de confrontarlo, como si lo haría el guerrero del mundo
heroico.
“El trabajador no se revelará como el
verdadero enemigo mortal de la sociedad mientras no rechace pensar, sentir y
ser dentro de las formas propias de ella. Y eso ocurrirá cuando se percate de
que hasta ahora ha venido siendo demasiado modesto en sus reivindicaciones,
cuando se dé cuenta de que el burgués le enseñó a apetecer aquellas cosas
precisamente que al burgués le parecen apetecibles (…) El secreto de la sentimentalidad moderna reside en que esa
sentimentalidad corresponde a un mundo en que el cuerpo es idéntico al valor.”[4]
Una
de las condiciones, entonces, del trabajador para poder sublevarse en contra
del tercer estamento y descubrir su destinal identidad figural, es extirpar la
sentimentalidad, para entrar en una nueva relación primigenia y transfigural
con el dolor. Es en este punto que podemos cruzar las lecturas de Jûnger con
las de Mainländer, escritor de origen alemán, cuyos únicos extractos de textos
traducidos al español se denominan “Filosofía de la redención”. Este autor
tenia una visión ontológica impecable respecto al dolor y al suicidio, y era
tanta su convicción respecto de la castidad y el suicidio como soluciones al
problema de la existencia, de la enfermedad ontológica del ser humano, que se
suicidó un día después de que su única obra publicada, de nombre ya mencionado,
fuera publicada, en 1876. Una de las frases más poderosas e inspiradoras de
Jünger sería:
“El motor es el audaz juguete de un tipo
de hombre que es capaz de Saltar con placer por los aires y que no deja de ver
en tal acto una confirmación del orden. De esa actitud, que ni el idealismo ni
el materialismo pueden adoptar y a la que por eso hay que calificar de
<<realismo histórico>> , es de la que resulta ese grado extremo de
fuerza ofensiva de que nos hallamos necesitados. Los portadores de tal actitud
son del mismo tipo de aquellos voluntarios que saludaron jubilosos la Gran
Guerra y que con idéntico júbilo saludan todas las cosas que vinieron tras ella y todas las que vendrán todavía.”[5]
Para Mainländer, la vida material tiende al suicidio puesto que el mismo Dios que concibe como lo originario tendió al suicidio, pero, al no poder suicidarse, por ser la fuente de todo supra-poder, decidió devenir en la multiplicidad de cosas, que tienen, al igual que él, al suicidio. Los efectos del devenir los plantearía en una ley universal que denominaría: LEY DE DEBILITAMIENTO DE FUERZAS, o, para la humanidad, LEY DEL DOLOR. “Hemos visto que solo una gran ley dominó la naturaleza desde el principio, la misma que la domina y la dominará hasta su aniquilación total: la ley del debilitamiento de la fuerza: La naturaleza envejece. Quien habla de iuna éternelle jeueunesse, de una “eterna” juventud de la naturaleza juzga como el cielo los colores y se sitúa en el grado mas bajo del conocimiento”[6] . Luego, desde el lugar en el que existe una claridad respecto de la ley del dolor y de la aniquilación absoluta como base que colma todo el universo, y desde su propio lugar filosófico, plantearía esto:
“Quien no le teme a la muerte, se precipita en una casa envuelta en llamas; quien no le teme a la muerte, sale sin vacilar en medio de un diluvio; quien no le teme a la muerte, irrumpe en una tupida lluvia de balas; quien no le teme a la muerte, emprende desarmado la lucha contra miles de titanes alzados -con una palabra-, quien no le teme a la muerte, es el único que puede hacer algo por los otros, sangrar por los otros, y recibe al mismo tiempo la felicidad única, el único bien deseable en este mundo: la verdadera paz del corazón. “[7]
La actitud de redención hacia la vida misma con el estoicismo heroico que plantea
el autor tiene mucha similitud con lo que Jünger describiría como figura del
guerrero, y como figura del trabajador que supera la fase burguesa-sentimental
del dolor. Ahora bien, Mainländer hace un análisis del dolor desde una
perspectiva igualmente política, en donde observa también el rol del Estado
respecto de los padeceres del cuerpo que está en proceso de auto-destrucción
biológica. Explica que es éste aparato político el que expresa el salto desde
el estado natural de lucha, al del contrato, expresando que es el menor de los
dos males, que se prefiere para prevenir un mal, y que funciona de manera
precisa cuando da más de lo que quita; es decir, protege a la individualidad a
cambio de que exige sometimiento a la ley y obediencia. Pero aún así, ni el más
perfecto de los Estados, según el autor, tiene la capacidad de ejercer un poder
tal que puede suprimir por completo lo destinal del dolor, que se presenta como
ley inalterable universal. Los tres principales dolores serían: el parto, la
enfermedad, y la agonía de la muerte. “El ser humano, en el mas perfecto de los
Estados, debe nacer con dolor, debe sufrir una cantidad menor o mayor de
enfermedades, y si no lo arrebata la norma/ en el vigor de la juventud tiene
que envejecer, es decir, volverse físicamente enfermizo y mentalmente obtuso;
finalmente, tiene que morir”[8]
Así mismo, se puede ver el símil que mantiene con Jünger en cuanto a la
Sociedad y su importancia en la conformación del Estado y su rol como aparato
político que , cuando está en manos de la burguesía, se enfoca en la huída del
dolor como única forma de tratar de construir la tan anhelada paz individual- y
también colectiva al nivel de Estado-naciones, puesto que, como veremos, la
periferización del dolor también cumple un rol fundamental en las guerras. El
dolor en el pensamiento burgués no tiene que ser rehuído sólo a nivel interno-
de cada país- , sino que tiene que abarcar toda forma de relación en el sistema
político, puesto que la disposición sentimental y débil burguesa tampoco se encuentra
preparada para enfrentar una guerra. Motivo por el cual modifica los discursos
internacionales para convertir todo lazo en algo contractual.
“Es sociedad la población
entera del globo terráqueo, la cual se
presenta al concepto como la imagen ideal de una humanidad cuya escisión
en Estados, naciones o razas no estriba fundamentalmente en otra cosa que en un
error de razonamiento. Con el correr del tiempo, se dice, ese error será
corregido por los pactos, por la ilustración, por la civilización o,
sencillamente, por el progreso de lOs medios de transporte. Es sociedad el
Estado, cuya esencia queda desdibujada en la misma medida en que la sociedad lo
somete a sus normas. Ese ataque al Estado se efectúa mediante el concepto de la
libertad burguesa, un concepto destinado a transformar todos los vínculos de
responsabilidad en relaciones contractuales a plazo.” [9]
La responsabilidad contractual aparece bajo el cambio
paradigmático de las relaciones internacionales hacia una esfera moral y ética,
en donde la violencia en general empieza a ser desvalorizada, o mas bien,
volcada hacia espacios institucionales que tienen el derecho legal de hacer uso
de ella, convirtiéndose en un privilegio de uso exclusivo de grupos militares y
armados que trabajan al respaldo de las fuerzas de orden burgués. Ahora bien, podemos observar cómo políticamente se va generando esta mutación del dolor y va a su vez transformando los escenarios de estrategia y organización política, desde el mismo rol del Estado, de los aparatos internacionales de gestión de la violencia, y del individuo dentro de una sociedad contractual. A partir de esto podemos empezar a hacer un vuelco hacia los conceptos de biopoder y biopolítica. para expresar cómo el cambio de modelos de estado y de hacer política se inscribió en los cuerpos desde un rechazo al dolor, y una pérdida de la identidad del héroe de Jünger., incluso cambiando la misma subjetividad del cuerpo y cómo este se comprende y comienza a utilizarse desde las distintas tecnologías del biopoder.
“(…) Pierde su fuerza de atracción la
concepción de que el dolor es un prejuicio que la razón puede rebatir de manera
decisiva. Tal concepción no es solo una característica cierta de todas las
fuerzas relacionadas con la Ilustracion, sino que ha provocado una larga serie
de medidas prácticas, típicas de todo un siglo del espíritu humano;
mencionemos, por nombrar algunas, la abolición de la tortura y de la trata de
esclavos, la invención del pararrayos, la vacuna antivariólica, la anestesia,
los seguros y todo un mundo de confort técnico y político” [10]
Aparece
así un nuevo escenario de disputa, en el que se establece una diferenciación
entre la persona singular y la comunidad
por un lado, y el individuo burgués y la masa del siglo XIX por otro; disputa
de misma noción del cuerpo, imposición de cuerpo burgues- no preparado para el
dolor, con tácticas anestésicas de la biopolitica moderna. Con la necesidad
burguesa de legar el dolor al margen de lo impensado, se despliega una economía
espacial que consiste en periferizar el dolor, produciendo a su vez a un
individuo, y por ende, a una masa contractual narcotizada.
Foucault definiría el cambio histórico-político como
vital para comprender las claves que llevaron a una nueva comprensión del
armamento que compone a los sujetos sociales, y a su vez, las nuevas políticas
que se fueron implementando a la vez que se iba transformando cada uno de estos
sujetos. Desde el cambio de la figura del Soberano, de la política tradicional
clásica (caracterizada por una estatización de lo biológico, y por el eslogan
del poder del soberano de su derecho de hacer morir – ejecutar- y dejar vivir),
hacia el paso a la sociedad anatomopolítica y biopolítica, se van tecnificando nuevas
formas de poder a la par que va cambiando la figura del individuo y se va
complejizando desde lo económico, con la finalidad de extraer la mayor cantidad
de fuerza productiva de un cuerpo que se puede hacer vivir mediante la implementación
de nuevas tecnologías del biopoder , nuevas políticas públicas .transformaciones
en los mecanismos ,e incluso en las tecnologías disciplinarias del trabajo:
“A
diferencia de la disciplina, que se dirige al cuerpo, esta nueva técnica de
poder no disciplinario se aplica a la vida de los hombres e, incluso, se
destina, por así decirlo, no al hombre/cuerpo sino al hombre vivo, al hombre
ser viviente; en el límite, si lo prefieren, al hombre/especie. Más
precisamente, diría lo siguiente: la disciplina trata de regir la multiplicidad
de los hombres en la medida en que esa multiplicidad puede y debe resolverse en
cuerpos individuales que hay que vigilar, adiestrar, utilizar y, eventualmente,
castigar. Además, la nueva tecnología introducida está destinada a la
multiplicidad de los hombres, pero no en cuanto se resumen en cuerpos sino en
la medida en que forma, al contrario, una masa global, afectada por procesos de
conjunto que son propios de la vida, como el nacimiento, la muerte, la
producción, la enfermedad, etcétera. Por lo tanto, tras un primer ejercicio del
poder sobre el cuerpo que se produce en el modo de la individualización,
tenemos un segundo ejercicio que no es individualizador sino masificador, por
decirlo así, que no se dirige al hombre/cuerpo sino al hombre-especie. Luego de
la anatomopolítica del cuerpo humano, introducida durante el siglo
XVIII, vemos aparecer, a finales de éste, algo que ya no es
esa anatomopolítica sino lo que yo llamaría
una biopolítica de la especie humana.
¿Cuál es el interés central en esa nueva tecnología del poder, esa biopolítica,
ese biopoder que está estableciéndose? Hace un momento lo señalaba en dos
palabras: se trata de un conjunto de procesos como la proporción de los
nacimientos y las defunciones, la tasa de reproducción, la fecundidad de una
población, etcétera. Estos procesos de natalidad, mortalidad y longevidad
constituyeron, a mi entender, justamente en la segunda mitad del siglo
XVIII y en conexión con toda una masa de problemas económicos y
políticos (a los que no me voy a referir ahora), los primeros objetos de saber
y los primeros blancos de control de esa biopolítica.” [11]
Pues,
entonces, se hace evidente en este extracto- que resume
muy bien lo que sería la biopolítica y cómo funciona, bajo qué criterios e instrumentos-
que el cambio abismal en la manera en que operan los dispositivos gubernamentales
de control guarda estrecha relación con la imagen que se tiene de los sujetos
que conforman el cuerpo político-.social. Ya no es una persona singular figural
como soñaba Jünger que ocurriría para derrocar al estamento burgués, mucho menos
alguien heroico que abandona la sentimentalidad de concebirse a si mismo como un
valor reductible, que se lanza son temor al dolor a la guerra y al peligro constante
, sino que se convirtió esa persona singular destinal en un cuerpo/especie individualizable,
que no es figural, que eliminó toda transfiguración con lo elemental, y que se
legó a si misma al ámbito de la producción en todos los niveles en que el
biopoder así lo requiera. “Y mediante un poder que no es simplemente proeza científica
sino ejercicio efectivo de ese biopoder político que se introdujo en el siglo
xix, se hace vivir tan bien a la gente que se llega incluso a mantenerlos vivos
en el momento mismo en que, biológicamente, deberían estar muertos desde mucho
tiempo atrás.”[12]
Entonces, comienza a ponerse en marcha este conjunto nuevo
de tecnologías del biopoder que integran a su vez a la
disciplina, y que no está dirigida al hombre-cuerpo sino al
hombre-vivo, hombre-especie como multiplicidad de hombres en cuerpos
individualizados. Es una masa global afectada por los procesos
propios de la vida, aquellos que mencionaba Mainländer que
son los dolores inevitables propios de la Ley de debilitamiento; dolores que son el interés
de la biopolítica y el biopoder como nuevos campos de poder
sobre la vida: no solo ordenar, sino hacer vivir mas allá de la muerte, instaurando
un nuevo régimen científico de ortopedia sobre la misma vida, una nueva
sociedad del fármaco, de la mano con el avance de la medicina y las políticas de prevención- de
riesgo, de natalidad, de enfermedades, de muerte, del dolor. Es en este lugar en
el que nos adentramos a la anestesia como fenómeno médico y social, comprendida
como la antítesis más radical a la postura heroica de enfrentar al dolor. Todo
el sistema farmacológico actual está construído desde el lugar en el que se
desplaza casi a lo mítico la valerosidad de tolerar el padecer físico o emocional,
como una virtud propia de seres sobre-humanos, debido a que las tecnologías del
biopoder se encargaron de periferizar el dolor tanto, que ante el mas mínimo
atisbo de éste, ya existe un fármaco indicado- y bueno, también hay que
resaltar el fenómeno masivo de la automedicación, a que con la facilidad de conseguir
una píldora, ya ni siquiera es necesario el ritual de sanación moderna de ir a
una consulta médica a esperar por una prescripción.
”La invención de la anestesia en
tanto dispositivo de neutralización o supresión del dolor, tendrá en las
sociedades modernas consecuencias en serie. En suma, veremos acrecentarse una
técnica médica al rango de paradigma civilizatorio (…) al punto de sentir en común
algo como un derecho a no sufrir, o l menos a sufrir (físicamente) lo menos
posible, a no tener que sentir el dolor allí donde existen medios técnicos para
suprimirlo.”[13]
En este texto aparece la idea de evitar el dolor como “índice de civilización”, una categorización que nos parece sumamente
adecuada, puesto que las políticas publicas actuales se encargan de asegurar
médicamente el acompañamiento, por ejemplo, a enfermos terminales con tratamiento
farmacológico con derivados de al morfina, puesto que existe la noción de que
morir en dolor es algo incivilizado, barbárico, y que se puede evitar mediante
el despliegue de todo este aparato químico artificial de aletargamiento anestésico.
Existe también una relación entre la “suavidad democrátca” (La sociedad
democrática, 60) y la condición anestésica propia de nuestros tiempos. La
democracia tiene su éxito justamente en la visión de masa que instaura sobre
los individuos, y en esa masificación hay tanto una uniformidad, como una
docilidad. La democracia vino a “resolver”- o reducir al mínimo de
posibilidad-una amplia gama de fenómenos sociales de violencia , que, en lo
aparente, ya parecen ser parte del pasado, o de los países no desarrollados,
implicando también una esfera de tecnologización médica de la vida digna de ser
vivida, sin dolor, para poder así ser funcional a los términos del
hipercapitalismo en sus nuevas exigencias laborales de hiperproducción.
Huir de lo destinal del dolor, transfigurarlo hacia algo profano, inadmisible en
las sociedades civilizadas modernas. Vivir con el dolor de los mundos tradicionales
antiguos hoy es visto como lo peor, como lo punitivo- justamente asi es como
operan las lógicas legales sancionatorias, mediante la imposición de algunas
formas de dolor o suplicio- , que puede ser desterrado de nuestras vidas gracias
a la medicina y las ciencias; sobre todo porque no tenemos tiempo para padecer
y enfermarnos. Nos medicamos para poder seguir trabajando, estudiando, en un incesante
flujo de volver a pensar el cuerpo en términos burgueses, como canjeable, como
un valor de producción. La implementación de diversos protocolos para evitar el
dolor y de dispositivos casi automáticos preventivos, como el chequeo anual de nuestra
condición de salud, a su vez, se asemejan mucho a los dispositivos policiales y
de seguridad del estado, los cuales también tienen sus métodos preventivos para
apalear amenazas a la estabilidad de su sistema, para evitar el dolor de un conflicto
civil. La condición anestésica entonces no responde sólo a individuos ni a una
masa, sino a todo espacio que absorbe y que puede estar expuesto potencialmente
o amenazado. Es una política que absorbe todo espacio de interacción. ”Pasamos
de un mundo donde el hombre deberá aprender a enfrentar el dolor sufriendo, a
resistirlo, domesticarlo, incluso magnificarlo- por ser parte integrante de su
destino-, a otro universo, donde deberá hacer valer su derecho para llevar una
existencia alejada de estas pruebas, premunido contra ellas.[14]
Conclusión
La condición de anestesia y desensibilización del individuo moderno responde a
una serie de sucesos de transformación política e histórica que implicaron toda
una transformación de las subjetividades protagonistas de los escenarios
llamados sociedades, comunidades, masas… incluso implicaron transformaciones en
las ideas de sujeto, individuo, persona singular, hasta llegar al
hombre-especie.
La visión clásica de Jünger de las formas en las que se puede afrontar el
dolor,- que a su vez significaban no solo una toma de conciencia de los mecanismos
de pedagogía doctrinaria burguesa, sino una apropiación del propio cuerpo
explotado trabajador para su liberación y alcanzar a instaurarse como un cuarto
estado-, se encuentran hoy en la máxima obsolescencia. Pensar al dolor sin pensar
en el analgésico hoy en día es inevitable, pensar en la enfermedad sin la cura
inmediata, en un mundo de la hiperrapidez en la que todo se encuentra al alcance
de la mano. Es el tipo de servicios que ofrece un capitalismo que demanda nuestro
cuerpo sano constantemente para ser servil a las funciones que éste, en su
lugar hegemónico, requiere. no somos cuerpos desechables mientras podamos disponer
de nuestra fuerza de trabajo, y las tecnologías médicas del biopoder se encargan
con eficiencia de reducir nuestras licencias por enfermedad el menor tiempo
posible, de hacer chequeos a nuestros cuerpos para evitar alguna enfermedad que
nos deje en condición de incapacidad, así como las tecnologías de bioseguridad
se encargan de inspeccionar los accidentes laborales, y de todo tipo, con tal
de prevenirlos. Y es un trabajo del Estado, el organismo máximo de anestesia
de, asegurar y perpetuar todos los mecanismos posibles para aplacar nuestros
dolores físicos, sociales, y es a quien emplazamos para que nos ayude ante un
padecer, es el máximo farmacéutico que adoctrinó a toda una humanidad de la
debilidad programada.
“Adoptaremos entonces toda una serie de
rutinas anestésicas – tomar una aspirina cuando nos duele la cabeza, un
anti-inflamatorio cuando sufrimos de lumbago o de dolor de muelas- porque
estamos habituados ahora a considerar los dolores que llegan como impedimentos
que inducen a vivir según regularidades establecidas y requeridas,
absolutamente abusivos y destinados a ser erradicados con la misma
determinación que las invasiones microbianas o los ataques de parásitos”[15]
[1] Ernst Jünger, Sobre
el dolor (Barcelona: Tusquets Editores, 1995), 13.
[2]Ibid. 15-16
[3] Ernst Jünger, El trabajador
(Barcelona: Tusquets Editores, 1990), 44
[4] Ernst Jünger, El trabajador (Barcelona: Tusquets Editores, 1990), 33-35.
[5] Ernst Jünger, El trabajador (Barcelona: Tusquets Editores, 1990), 41.
[6] Philipp Mainlander, Filosofía de la redención, antología. ( Chile: FCE)
[7] Philipp Mainlander, Filosofía de la redención, antología. ( Chile: FCE ) 63
[8] Íbid.
[9] Ernst Jünger, El trabajador (Barcelona: Tusquets Editores, 1990), 28-29.
[10] Ernst Jünger, Sobre el dolor (Barcelona: Tusquets
Editores, 1995), 25.
[11] Michel Foucault. Defender la sociedad (FCE) 220.
[12] Íbid. 225.
[13] Alain Brossat.
La democracia inmunitaria (Editorial Palinodia, 2008) 55-56.
[14] Alain Brossat.
La democracia inmunitaria (Editorial Palinodia, 2008) 65.
[15] Alain Brossat.
La democracia inmunitaria (Editorial Palinodia, 2008) 68.
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