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La disociación del aparato psíquico como juego biopolítico

 

La disociación del aparato psíquico como juego biopolítico

 Introducción.

En los espacios políticos se puede apreciar una dinámica relacionada con la influencia implícita a un sector de la Sociedad civil, en particular, en el momento en que ciertos grupos que participan activa y retroalimentadamente en los juegos de poder con la finalidad primaria de llegar a los escaños. Particularmente, se puede apreciar, desde la perspectiva del presente ensayo, que hay un juego relacionado con lo que se podría describir como una disociación de los “esquemas” que conforman el aparato psíquico. Si bien asumimos primeramente que cada huella mnémica presente en el individuo es una singularidad totalmente separada de otra en su proceso de transcripción, sus vivencias, sus procesos, etc; está el factor común en lo que para la base freudiana se presenta en el texto “Los esquemas de psicoanálisis”. De esta manera, y como también trabaja en su texto “El malestar en la cultura”, pretendemos hacer el símil entre el “sentimiento oceánico” generado por los discursos religiosos, y las prácticas políticas autoritarias vistas de manera implícita en cualquier forma de gobierno en la que se podría reflejar el aparato Constitucional y Jurídico con la figura del Padre represor. El resultado de esto conllevaría a una sociedad en la que se encuentra patologizado el Super-yo, llegando incluso a apostar que éste mismo, como una construcción psíquica propia, en contradicción con la externa que se impone en la ordenación de los cuerpos y de los espacios, provoca una disociación.

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Pues bien, nuestra observación es la siguiente: Partimos de la premisa de asumir que el carácter estructurado por el psicoanálisis, profundizado en el texto “Los esquemas del psicoanálisis”, de la psiquis de los individuos, es así. De aquí en adelante, utilizaremos bibliografía y argumentación para corroborar los supuestos que devienen de asumir esta premisa y la investigación desarrollada por Freud, Lacan, y los posteriores, como lo verídico en lo que concierne al aspecto psicológico inherente a cada individuo de nuestra especie.
Con el piso del marco teórico ya asentado, proseguimos con el objetivo buscado en esta investigación. Es una apuesta bastante amplia, por lo que comentamos, de antemano, que la asertividad de nuestra hipótesis quedará abierta a futuras modificaciones e investigaciones en lo pertinente a un rigor cuantitativo de carácter psicosocial.


Cuando nos referimos primeramente a una disociación del aparato psíquico en el sentido biopolítico, nuestro primer acercamiento conceptual proviene desde la esfera del psicoanálisis; específicamente, en torno al concepto freudiano de “Lo Siniestro.” Al remitir a este concepto, se abre una amplia esfera de lo que se refiere a éste, tanto como aquello oculto que evoca a lo más primitivo del deseo, y produce temor en un individuo, como a la causalidad que deviene de este temor, como medida de seguridad.

“(…) el antónimo Unheimlich: inquietante, que provoca un terror atroz.(…) sería todo lo que debía haber quedado oculto, secreto, pero que se ha manifestado.” 1

 Lo siniestro como aquello a lo que no se es cercano, como una manera de comprenderlo, conlleva directamente a una comprensión escindida de la propia naturaleza del deseo primigenio, en el sentido en que es un desconocido aquello que nos evoca algo, que nos lleva a movilidad, y el desconocimiento de esta manera peculiar de desplegarse el aparato psíquico- del Ello en la realidad material- es lo que produce desconcierto, temor, ante aquello que permanece oculto, dentro de la huella anémica. El resultado de esto en algunos casos culmina en una patología, que podemos decir, referente a diversos estudios, va desde un sencillo síntoma de lo molesto, hacia lo incapacitante.


El DSM en todos sus volúmenes, desde la primera edición hasta la recientemente modificada edición número 5, ha estado exponencialmente aumentando el número de patologías y síntomas de origen psiquiátrico que se expresan en diversas discapacidades de los individuos para desenvolverse de la manera esperada, en base a una estandarización de lo normal otorgada por la American Pyschiatry Association.

La apuesta principal de este ensayo es apuntar a Lo Siniestro interno- y con el pasar de las páginas, de lo externo como catalizador de esto- como el responsable de algunas de estas sintomatologías que rompen con la estabilidad emocional y psicológica. Evidentemente, esto no quiere decir que se le de total validez a este manual de diagnóstico de enfermedades mentales, debido a diversos problemas en torno a los conflictos de interés entre la APA y las empresas del rubro psicofarmacológico, que en un intento desmedido por mantener el control de la asociación, han conformado un bloque en las relaciones sociales de poder con la finalidad de perpetuar un discurso de lo patológico para validarse, mediante la exageración o invención de variados trastornos (ejemplo claro es el TDA, recientemente eliminado.) Mas adelante trataremos de este problema, cuando lleguemos al desenlace del carácter biopolítico y estratégico de este discurso médico.


Cuando se habla de medidas de seguridad del aparato psíquico para defenderse del temor al que se encuentra enfrentado por sus deseos, surge la Represión. Esta represión consciente sobre lo inconsciente que salta desde la pared de lo preconsciente supone también un ocultamiento de lo que antes ya se encontraba oculto dentro de lo más profundo de la huella mnémica. Reprimir lo que se encontraba ya bajo el velo de lo autocensurado cuando ya emerge supone un desafío muy grande para el aparato psíquico, y culmina con una desviación de ese movimiento patológico hacia lo sintomático, hacia una carga física del problema. Diversas maneras objetivadas corporalmente del Trastorno obsesivo compulsivo, o ciertos tics propios del estado maniaco de la esquizofrenia o el trastorno afectivo bipolar podrían responderse por esta explicación psicoanalítica de lo que primeramente era la Histeria. ( refere
ncia a “Etiología de la Histeria”, Freud, S. )
Respecto a esto,  apuntar la aparición teórica de conceptos psicoanalíticos relevantes como el desplazamiento, el falso recuerdo, y el mecanismo psíquico del olvido, es importante para señalar que el surgimiento de cualquier sintomatología de carácter mental y/o psíquica responde a un encubrimiento de aquello que debía permanecer oculto.  En el texto de Freud “Psicopatología de la vida cotidiana”, Freud resume una serie de investigaciones previas, experiencias propias y ajenas de diversas situaciones “alteradas” de la memoria. Particularmente, en el capítulo “Recuerdos infantiles y encubridores”, se menciona la facilidad con que el aparato psíquico es capaz de disfrazar y ocultar experiencias traumáticas en el terreno de lo instintivo-primario.
Un ejemplo a considerar:

“El sentido de este simbólico acto sintomático (un colega dejó caer un gran bocado de carne) queda aclarado teniendo en cuenta que no siendo yo persona de su intimidad, sentía mi colega cierto escrúpulo en ponerme al corriente de su precaria situación económica, y entonces el pensamiento que le ocupaba, pero que no quería expresar, se disfrazó en un acto sintomático, que expresaba simbólicamente lo que tenía que ser ocultado, desahogando así el sujeto su inconsciente.” 2


En un sentido algo más profundo, la consideración de esta medida de seguridad como una escición del Yo psicoanalítico, puede conducir a una patología de carácter aún mas complejo, a un trastorno del yo y de su propia identidad: a un trastorno de identidad disociativo (conocido vulgarmente como trastorno de personalidades múltiples) y otros desordenes dentro de aquella esfera, como serían la Fuga disociativa y el trastorno de estrés postraumático, en el que todos remiten a una situación excesivamente traumática cuya carga negativa deviene en un bloqueo de una porción de lo memorioso en la psiquis de la persona que ha sido afectada y shockeada ante su enfrentamiento con aquello que le ha desbordado.
Claro, esto responde a una particularidad de casos extremos en los que se desarrollan estas extrañas patologías a causa de una reacción por lo externo traumático. El enfoque al que queremos llegar necesita de un re-direccionamiento del tema para abordar la esfera del conflicto del Deseo en la esfera de los aparatos políticos. Para ello, iremos por partes.
Respecto de aquello oculto que se busca reprimir, hay un estimulo o pulsión instintual primera de todo ser sensitivo y vegetativo, que sería el deseo en torno a lo sexual. El trabajo de Georges Bataille respecto al erotismo como parte de algo oculto y siniestro en relación con la muerte y la prohibición son una buena guía para llegar al desenlace esperado de este proyecto. Desde el momento que nos enfrentamos a esto, del deseo como una respuesta ante un objeto de deseo, como algo para romper con esta lógica propia de la existencia de lo discontinuo, emerge la violencia de la posesión y el sufrimiento de la negación. Entonces, el tema del deseo y del erotismo están profundamente ligados con la violencia, y con aquello terrorífico de nuestra propia naturaleza instintiva. De la misma manera, podría estarlo con la muerte, en la medida de que “Lo más violento para nosotros es la muerte; tal cual, precisamente, nos arranca de la obstinación que tenemos por ver durar el ser discontinuo que somos.” 3

En esta nueva comprensión de lo erótico, de lo sexual, sin los tabúes impuestos por una moralidad que se designó históricamente como aquella que ligó la sexualidad con un discurso de lo éticamente <<bueno>> y <<malo>>, aparece un nuevo discurso, en el que se nos hace familiar ya la co-relación simbiótica entre el deseo, lo violento, y lo siniestro.


El mayor acercamiento que se puede encontrar al respecto de un dilema biopolítico del deseo en el prólogo del texto de Bataille aparece en la siguiente frase: “Hay, en el paso de la actitud normal al deseo, una fascinación fundamental por la muerte. Lo que está en juego en el erotismo es siempre una disolución de las formas constituídas. Repito: una disolución de esas formas de vida social, regular, que fundamentan el orden discontinuo de las individualidades que somos.” (p. 23) 4

Aparece entonces un nuevo alcance e influencia del deseo que emerge en la base del aparato psíquico desarrollado por el psicoanálisis: del Ello, y sus repercusiones en una esfera “pública”, que, al parecer, desde un sentido de Política del cuerpo y del Deseo, ya no estaría ligada a lo externo del individuo, sino en una tensión constante entre los discursos morales externos, -el super-yo inquisidor plasmado en normas e instituciones jurídicas que permean y dificultan el juego colectivo de la satisfacción de los deseos y necesidades- y lo propio Siniestro que sale a la luz en esta contradicción identitaria.


Similar a esta conclusión vaga realizada, en “El malestar en la cultura”, Freud apelaba a la figura del padre represor y fundamental en la conformación del dispositivo psiquico de autocontrol y represión, como algo que se encarnaba luego en la Religión. De ahí que provenga el “sentimiento oceánico”.  Al realizar una inversión de esto, mediante una re-comprensión de lo Publico desde un discurso que apela al Cuerpo, no hay una dialéctica en la que haya un consenso, sino un discurso que se reafirma constantemente mediante el sometimiento de otro discurso, ensalzando una moral que castiga lo concupiscible propio de la especie.


Pero el tema acá no es en lo relativo a la Religión. Nietzsche, Kierkegaard y variados autores ya se han ocupado de hacer un estudio histórico y genealógico de las repercusiones del dogma cristiano y de las repercusiones psicológicas de éste- y del pecado original. Estos autores con perfecta pulcritud lograron desenmascarar que, en lo que concierne al adormecimiento y adoctrinaminto de las pulsiones del deseo en un sentido erótico/sexual, tenemos de victoriosa a la tradición eclesiástica.  Acá queremos llegar al punto de la potencialidad del Deseo, y de la necesidad latente de diversos mecanismos socio-políticos de control masivo de éste mediante la conformación de diversas maneras de ordenar y castigar a estos cuerpos.


Ante la propia represión ejercida por la psiquis sobre el cuerpo, resultando en un movimiento de las fuerzas hacia lo corporal como lo que expresa una patología sobre lo reprimido, para mantener la legitimidad de esta práctica de autocensura del yo, aparecieron instituciones que legitimaban esta propia manera de generar una identidad conflictuada: El psiquiátrico es la resplandeciente expresión de una Sociedad que busca exacerbadamente apartar a lo enfermo, y el discurso médico psiquátrico se ha encargado de generar prácticas aceptables de violencia y coerción tanto activas como pasivas, para llamar a la autocensura como una necesidad para mantener el dominio y el orden de una Sociedad de sometimiento y adoctrinamiento. Principalmente, con la re-aparición de la Política del Cuerpo, surge el castigo al mismo, el flagelo, y el temor a éste, como un discurso para perpetuar el dominio de ciertos grupos oligárquicos para sus propios intereses de mantener un orden estructurado. De dar “continuidad a lo discontinuo”, en palabras de Bataille. El afán que emerge con la industrialización, de mantener un orden estratégico en la esfera de lo sexual- inmiscuyendose directamente en la privacidad de los individuos- responde a políticas que condicionan el carácter revolucionario que tendría el deseo.

Una visión radical y que cuestiona las visiones tradicionales del psicoanálisis son las que entregan Gilles Deleuze y Felix Guattari. En el texto “El abecedario de Gilles Deleuze, letra D, de Deseo”, especifica: “(…)El inconsciente produce. Produce, no deja de producir. Y funciona, por lo tanto, como una fábrica; es precisamente lo contrario de la visión psicoanalítica del inconsciente como teatro .(…) nuestro segundo tema es que el delirio está muy ligado al deseo – en fin, que desear es en cierto modo delirar.“ 5

El inconsciente es el que produce el deseo, y el deseo es aquello que exige movimiento, alteración, búsqueda. En el contexto del desarrollo del capitalismo hacia el neoliberalismo supone, entonces, un alto riesgo, por los costes iniciales que tendría desde la mejora de la Mecánica y el aparataje industrial.  El factor de producción principal es la mano de obra barata , que generó una brecha profunda entre clases sociales en la Europa post revolución industrial. Esta mano de obra era imperiosamente obligada a enfocarse una cantidad excesiva de horas en efectuar un trabajo de la manera más eficiente posible (el discurso neoliberal se comenzó a gestar…). Era menestar generar una serie de normas y regulaciones que coartasen al aparato del inconsciente de producir deseo, incluso de generar una nueva forma de autocensura. Comenzaron a dividirse por bio-géneros a la masa obrera – el ordenamiento foucaultiano de los cuerpos en el cuadro vivo, como aparece en el texto “Vigilar y castigar” respecto del ordenamiento de las milicias-,  surgieron los uniformes de trabajo,  el enaltecimiento al mejor trabajador mediante premios como El empleado del mes, bonificaciones por horas extra. Una serie de medidas cautelares para que el asunto del trabajo pasara a ser de carácter primordial en la psiquis de los individuos, produciendo una movilización y un desplazamiento de los objetos convencionales de deseo, por el de la ascensión laboral y económica- aunque esta última es mucho más compleja de abordar debido a las aristas que presenta.
De la mano con esto, el surgimiento de la ética ascética de los empresarios produjo otro revuelo en el plano del Inconsciente y el deseo, cuando se enaltecieron las prácticas protestantes y la dogma cristiana como la manera de obtener mejores condiciones de existencia, que las precarias condiciones de sub-sistencia en la que la mayoría de la población se encontraba. La puesta en escena de la vida moderada y alejada de los pecados- que apuntaban al temor por la satisfacción de las necesidades y pulsiones primarias- causaron estragos en el desarrollo y equilibrio individual del inconsciente y el Ello mediante la represión obligada a través de estos aparatos coercitivos del Estado.

“En cuanto a la acción sobre el cuerpo, tampoco ésta se encuentra suprimida por completo a mediados del siglo XIX. Sin duda, la pena ha dejado de estar centrada en el suplicio como técnica de sufrimiento; ha tomado como objeto principal la pérdida de un bien o de un derecho. Pero un castigo como los trabajos forzados o incluso como la prisión –mera privación de libertad-, no ha funcionado jamás sin cierto suplemento punitivo que concierne realmente al cuerpo mismo: racionamiento alimenticio, privación sexual, golpes, celda.” 6

Desde que se descubrió que tenia mayor legitimidad este tipo de violencia implícita y no las formas de violencia directa del cuerpo, como eran directamente la pena de muerte y la tortura, los Estados mediante el control jurídico y militar han perpetuado un sistema doctrinario de reglas con la finalidad de privar o mantener al mínimo la función inconsciente de producir el deseo por el peligro que implica para la mantención de un orden establecido por los diversos grupos en las relaciones de poder que ostentan de poseer el territorio político de las oligarquías competitivas. Es un asunto biopolítico, como un “sistema de exclusión , (que) se apoya en un soporte institucional” 7
Cuando referimos al dilema biopolítico de la disociación del aparato psíquico, entramos a jugar con conceptos clave de la ciencia política: Influencia y autoridad.


“Influencia es, pues, una relación entre individuos, grupos, asociaciones, organizaciones, estados (…) influencia es una relación entre agentes por la que un agente induce a otros agentes a actuar de una forma en la que de otro modo ellos no actuarían” 8


Es necesario que se tenga de legítima autoridad dada por un marco constitucional, tradición, legislación o carisma para ejercer cierta influencia, ya sea implícita o manifiesta. La facilidad que demuestra la historia para generar un discurso que se masifique dependiendo de un contexto particular, necesidades, carencias, otorga el antecedente de que para los Gobiernos, lo más factible, pese a lo lento del proceso, es calar en el sometimiento de la capacidad de desear, y podríamos inferir incluso, que es lo que han estado haciendo desde hace siglos, desde la conformación del primer Estado nación en 1641.

Un éxito lento, difícil de apreciar con la claridad del panorama a causa de lo extenso del proceso, pero que se visibiliza en pequeñas acciones cotidianas que grafican el grado de educación coercitiva a la que han estado impuestas nuestras pasiones ante el desborde. No con una finalidad contemplativa, como antaño hacían los sabios que buscaban una vida racional sacrificando los deseos corporales, sino con la finalidad de mantener un sistema con perversa perfección. Los mejores mecanismos para perpetuar esto han sido la iglesia, la medicina, y la alteración de la cultura. El desborde patológico a causa de la depresión ha sido condenado y se le han inventado un sin fin de títulos de desordenes psiquátricos curables mediante la medicalización. Antiguos deberes se consideran como obligaciones morales. Imponen un sistema del que nos volvemos defensores por costumbre mediante el traspaso del propio aparato organizador de normas- el super yo- hacia una figura externa, de autoridad, con el derecho civil a ejercer una autoridad mediante la noción de que estamos discapacitados para dirigirnos a nosotros mismos. Ese temor a lo siniestro tomado como discurso político, en resumen, es lo que podría provocar el éxito de cualquier tipo de Gobierno, y su estabilidad depende de la adhesión ciudadana a ese temor, a esa extirpación de lo deseoso, de lo que debe permanecer oculto, esta vez, bajo un esquema ideológico de ordenamiento.




 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Bibliografía:


1-
Freud, S. (n.d.). Obras completas . Cap. Lo siniestro. (p. 2487)

2- Freud, S. (1982). Psicopatología de la vida cotidiana. Mexico: Alianza editorial. .  (p. 219 )

3- Bataille, G. (2002). El erotismo. Barcelona, España: Tusques Editores. (p. 21)

4- Bataille, G. (2002). El erotismo. Barcelona, España: Tusques Editores. (p. 23)

5-  Deleuze, G. (2015). El abecedario de Gilles Deleuze. Santiago, Chile: Hiparquía ediciones.  (p. 58)

6-  Foucault, M. (n.d.). Vigilar y castigar.  (p 18)

7-  Focuault, M. (2015). El orden del discurso. Santiago, Chile: Aluén ediciones. (p. 19)

8- Dahl, R. (n.d.). Análisis político comparado. (p. 41)

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