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El humo constituyente que tenemos que difuminar

 El humo constituyente que tenemos que difuminar


 Mucho se habla respecto de lo novedoso, inédito y único del proceso que las élites políticas (los partidos) abrieron con la propuesta de un cambio constitucional. Se anuncia con bombos y platillos en la fiesta de la democracia y las urnas que estamos haciendo historia con algo nunca antes visto. Pero la realidad y la historia son muy diferentes a lo que la prensa y los partidos están diciendo para generar una euforia espectacular en torno a un proceso que no tiene nada de novedoso.

 Un claro ejemplo histórico de que ya se ha vivido este proceso en el territorio dominado por el Estado de Chile es lo que sucedió en 1925 en un intento de asamblea constituyente denominado “Constituyente chica”. Poco se menciona de este proceso porque no tuvo en lo concreto victoria alguna en términos de poder reformar el modelo dominante, pero la verdad es que la Constituyente chica nos deja entrever grandes lecciones respecto de los peligros de caer en las trampas reformistas y los deslices democráticos. Este proceso duró cuatro días, y fue conformado por, entre otros, por el Partido Comunista, Federación Obrera de Chile, Asociación General de Profesores, Unión de Empleados de Chile, Federación de Estudiantes de Chile, sindicalistas independientes, sectores anarquistas, demócratas, radicales, feministas y otros, y la organización se denominó formalmente como La asamblea constituyente de asalariados e intelectuales.

Dentro de las arduas jornadas de discusión se generaron muchas propuestas que se unificaron en una carta de principios fundamentales que consideraban que debían ser considerados en una nueva Constitución. Algunas de las propuestas eran: “La tierra es propiedad social en su origen y destino. La tierra y los instrumentos de producción y de cambio deben estar socializados (…) Debe asegurarse a cada persona lo necesario para la vida y para su desarrollo integral (…) Debe suprimirse el ejército permanente.” Hacemos mención de estos principios para dejar en clara la fuerte carga anarquista dentro del espacio, y que, pese a la heterogeneidad de posturas políticas que conformaban el grupo, el horizonte socialista libertario estaba muy presente.

Igualmente, ya que hablamos de anarquismo, en ese contexto ya existían fuertes diferencias dentro del mismo sector respecto a si reformar y participar en un proceso Constituyente (considerando que, en términos objetivos, una Constitución es el amparo jurídico y legal de los Estado-nación y su hegemonía). “La discusión más importante de ese primer día fue la que se produjo luego del discurso del anarquista Alberto Baloffet, quien postuló que los proletarios no debían abocarse a redactar una nueva Constitución, tan solo debían fijar ciertos principios generales que reflejaran sus intereses. Carlos Vicuña Fuentes lo refutó sosteniendo la necesidad de escribir un proyecto de Constitución, pues consideraba que era necesario establecer clara y precisamente una serie de cuestiones, como las facultades del Presidente de la República, a fin de evitar la invasión de atribuciones del Jefe de Estado por el Parlamento. Luego de un acalorado debate en el que también intervinieron el anarcosindicalista Armando Triviño y los comunistas Castor Vilarín y Abraham Quevedo, se aprobó por gran mayoría la moción de Baloffet, que establecía que los acuerdos tendrían "carácter de principios generales" por considerar que no era "de interés de la clase productora elaborar una constituyente política": "El Congreso de Asalariados e Intelectuales se pronunciará solamente sobre principios generales y desechará todo proyecto de Constitución"”

 Al respecto de esto, J. Gandulfo escribiría "Mangoneo y colaboracionismo reformista" en la revista anarquista Claridad, en donde, entre otras cosas, señala: "¿A dónde van algunos sedicentes anarquistas propiciando una Asamblea Constituyente y participando en los debates de las asambleas políticas? ¿No significa toda esta 5 acción el abandono de los postulados revolucionarios y el desahucio del valor de las organizaciones obreras como entidades capaces de afrontar por sí solas los problemas sociales?". No estoy diciendo apruebo o rechazo, sólo expongo un hito histórico que se repite, para que estudiemos nuestro pasado, y tengamos mejores herramientas para nuestro presente.”

 El proyecto político que la asamblea constituyente de 1925 plasmó en los principios no prosperó, debido a que se dieron cuenta de lo imposible que era incluir fundamentos así de radicales y emancipadores dentro de una herramienta institucional como lo es una Constitución. Irreal e irrealizable sobre todo porque una Constitución misma ya es una herramienta de opresión, subordinación, instauración de preceptos legales que son los que gestionan las desigualdades de clase. Pensar en transformar una sociedad haciendo uso de las mismas herramientas creadas para la dominación es caer víctima de un engaño, es respirar un humo tóxico que sigue replicando el imaginario de que desde la ciudadanía y la democracia mediante un voto se puede generar un cambio profundo en el sistema. El humo tóxico constituyente nos enferma de sometimiento voluntario, y nos urge disipar toda esta neblina del espectáculo de las urnas para poder sanarnos enfrentándonos al sistema con herramientas que se salen de sus marcos institucionales. Nos quieren domesticar nuevamente al rol pasivo de la ciudadanía electoralista, nos quieren volver a hacer creer que la única forma de participación política es mediante el reformismo, que sólo hace la explotación más invisible, sólo la disfraza. Pues, es necesario que revisemos la misma historia que nos antecede para descubrir que todas nuestras utopías de una sociedad nueva jamás van a ir de la mano con las reformas creadas para adornar al sistema que nos mantiene en la precariedad. La esclavitud de la ciudadanía no hará más que ahogar nuestras esperanzas de abolir toda forma de explotación; por el contrario, sólo va a legitimar el sistema que nuestros verdugos nos condenaron a habitar.

 Que la historia no pase en vano, ni sea sólo para tener nuestras bibliotecas llenas de libros, o para pasarnos la vida leyendo como anarquistas de biblioteca.
 Que la historia sea una herramienta al servicio de la guerra de clases, y que nos de pistas para esclarecer cuáles son los caminos que podemos transitar, y cuáles son sólo un humo que el modelo dominante nos vende.
 Que la historia nos ayude a construir la historia de nuestra libertad.


Por Amapolilla para Boletín Sedición n°6. Link de descarga: http://www.mediafire.com/file/ewf9kqtdj4v2lwo/sedicion6tama%C3%B1ocarta.pdf/file

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