Hegemonía de la narratividad occidental en los
Derechos humanos: Dispositivos del discurso para la exclusión.
Introducción
Este ensayo se enfocará en problematizar los Derechos Humanos como un discurso-
con todas las implicancias contenidas en este último concepto- que a la vez que
genera una identidad de sujetos de derechos, genera una idea moral, de accionar
social para ser parte de este discurso, y también genera sujetos que no son de
Derecho, y por ende, se convierten en Otros sujetos, excluídos, sujetos de
castigo, como es el caso de los inmigrantes, los sujetos en situación de cárcel,
de encierro psiquiátrico, las especies no-humanas, la infancia como eje de
vulnerabilidad legal y social. Toda identidad disonante que en relación de
verticalidad y de poder con la idea de ciudadanía resulta marginada,
sancionada, invisibilizada, bajo esta falsa noción de universalización de la
humanidad con la finalidad de “ser merecedora de derechos”.
Si bien es un tema muy amplio, no quisimos reducir nuestro enfoque a sólo una
esfera en la que la existencia de estos Derechos Humanos afecte y haga padecer,
sino que nuestra pretensión, más que enfocarnos en las repercusiones de éstos
en un tema individual, consiste en analizar la esencia de dicho discurso
político internacional dominante y la violencia que guarda dentro de su idea de
“paz y orden universal”. La performatividad
expresada en esta proclamación aún vigente en cuanto a acción política sobre
corporalidades que no se anclan en las expectativas de sujetos cívicos y de
derechos resulta legitimada históricamente y se mantiene como hegemonía, y
resulta interesante ver como esto resulta en que se legitiman distintas formas
de opresión, tortura y violencia institucionalizada sobre ciertos espacios que
no encuentran su territorialización en aquello que se ha intentado normalizar o
moralizar como lo que corresponde con la idea del sujeto humano ciudadano. Es
un dilema moral, y profundo, que permea de manera trasversal distintos aspectos
de nuestra vida cotidiana, y resulta parte del quehacer filosófico enfocar la
vista en cómo el discurso que circula sobre el sujeto cívico y ciudadano ha
domesticado una costumbre de nuestra naturaleza humana, una moral identitaria
que resulta una prótesis que se ha utilizado históricamente para validar
distintos mecanismos del poder, inicialmente de maneras más categóricas y visibles,
pero hoy en día de maneras más detalladas, más invisibles, pero presentes y
efectivas en cada espacio moral donde la disciplina se impone bajo el ideario
de pertenecer a este territorio/discurso de los Derechos humanos.
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“(…) En el mundo de la vida son las
preferencias, las tradiciones, los modelos que inspiran confianza o las
instituciones fácticas quienes mueven la actuación humana, y sólo en contadas
ocasiones una reflexión explícitamente argumentada dirige el obrar.”1
Estamos en tiempos que resultan complejos a la hora de describirnos como
sujetos exentos de un discurso moral dominante que rige nuestras interacciones.
Y si decimos que es complejo, es porque es imposible pensarnos a nosotros sin
descubrirnos totalmente interfaseados por ciertos discursos hegemónicos
respecto a la moral y las normas sociales de conductas, ya sea por mutuo
acuerdo, interés, conveniencia, o temor al castigo por el no cumplimiento de
los derechos y deberes que se nos impusieron con antelación por distintas
instituciones que tienen un carácter coercitivo y de validez política,
histórica, social y cultural. Como seres occidentales – u occidentalizados,
desde una perspectiva decolonial- tenemos normalizada y arraigada una serie de
patrones de conducta que más que aceptados por acuerdo colectivo en nuestros
tiempos, se han validado por la repetición y el aprendizaje forzado de éstos
mediante el sistema educativo, la crianza y las buenas costumbres. Dentro de
estos patrones, podemos encontrarnos primeramente con los Derechos Humanos,
creados primeramente por la Sociedad de naciones (actual ONU) en el periodo
entre guerras, bajo las supuestas premisas de perpetuar y asegurar el orden y
la paz entre naciones e individualidades en cuanto a pertenecientes a naciones
conglomeradas en esta organización jurídica de carácter internacional. Y si
planteamos que son “supuestas premisas”, es porque podemos poner en duda la
bondad detrás de los intereses de los países dominantes de occidente por
imponer un modelo de sujeto universal para que se haga válido que alguien forme
parte de los derechos cívicos y ciudadanos.
“ Indudablemente la conciencia que
nuestra época tiene de la moralidad no es unitaria. A través de ella se
expresan valoraciones diversas, que, en ocasiones, parecen rayar en la
disparidad y situar al ético en las puertas del relativismo. No sólo los mundos
«primero» y «tercero» generan necesidades y preferencias distintas; también los
distintos grupos de edad, las agrupaciones profesionales y un largo etcétera de
corporaciones bosquejan diferentes ideales de vida .” 2
He ahí el primer quiebre que visibilizamos en cuanto a lo violento de ejercer
un modelo de humano universal. La premisa kantiana del hombre como fin en si
mismo, a lo largo del progreso de la civilización y de la biopolítica, hizo que la naturaleza del hombre individual
pasara a ser de hombre especie y cuerpo
maquina. Hombre especie que produce como fin utilitario y como objeto de las
reformas políticas institucionales. Ya
no se universaliza un discurso moral sin universalizar también un modo de
producción occidental y capitalista, que se aplica de manera universal a la
especie humana como aquella que es tanto medio como fin como corporalidad
productiva hacia un modelo imperante y que es respaldado por la hegemonía
vertical de las instituciones en el capitalismo mundial integrado. Discursos
dominantes con un criterio legitimado “de verdad”, al crear un ideario de
sujeto universal con derechos, generan
automáticamente una Otredad que se ve distante, infamiliar, y disuelven la
barrera de la alteridad al invisibilizarla ante ilusorios como el sujeto
universal, los derechos humanos, la telemática… un espejismo de que realmente
existe una comunidad internacional con un criterio único, homogéneo, una sola
realidad moral, cuando existen múltiples realidades que se dan de manera
simultanea y complejizan los fenómenos sociales.
La idea ética de la teleología aristotélica sobre la vida feliz, sobre el ser
virtuoso, es algo que se encuentra tan desfasado de nuestra cartografía
antropológica actual, puesto que la misma noción de la naturaleza de la especie
humana se ha interfaseado por los diversos modos de producción de las
realidades, o por la misma construcción psíquica y social de las individualidades.
O, en términos kantianos, está en la esfera de la categoría a priori de la
imaginación. Hablar de autonomía, como la comprende Kant, hoy en día, se hace irrisorio, cuando está
desplegado un derecho tanto a nivel de estados como a nivel internacional que
se usa para mantener la hegemonía en las relaciones de poder de ciertas
naciones – y lo que simbólicamente éstas representan. Parece hasta infantil creerlo, más aun dejándolo
a la esfera del dialogo, ya que quienes tienen palabra, quienes pueden ejercer
una performatividad del discurso volcado a la acción no somos nosotros. Son
quienes tienen la autoridad legitimada para hacerlo. Hay muchos sin voz, y el
Derecho se ha encargado a la perfección de generar fronteras, límites,
territorializaciones, para enmarcar a ciertos individuos funcionales en el
imaginario de la ciudadanía o de sujetos de derecho, y quienes quedan relegados
de esto y se vuelven peligrosos y víctimas de reformas de represión y encierro.
“(…) la disciplina jamás fue tan importante y valorada como a partir del
momento en que se intentó manejar la población; y manejarla no quería decir
simplemente manejar la masa colectiva de fenómenos o hacerlo en el mero nivel
de sus resultados globales; manejar la población quiere decir manejarla asimismo
en profundidad, con minucia y en el detalle. (…) De hecho estamos ante un
triángulo: soberanía, disciplina y gestión gubernamental, una gestión cuyo
blanco principal es la población y cuyos mecanismos esenciales son los
dispositivos de seguridad.”3
Ya no hay justificaciones racionales.
Hay justificaciones legales, en el idioma de las pericias jurídicas, en el
código de las constituciones. Así como nosotros dejamos de ser individuos para
ser hombre-especie, tampoco existen individualidades que decidan por nosotros
en las distintas esferas políticas que se desprenden. Existen instituciones con
su propia identidad y sus propias lógicas, que ostentan el poder en las
relaciones de disputan y van haciendo circular discursos dominantes para tener
la potestad de ejercer la violencia institucionalizada contra quienes rompan
con el molde del sujeto ciudadano. Para perpetuar el goce del poder de una
estructura que encuentra una verticalidad eficiente en la creación de distintos
discursos y preceptos incuestionables para legitimar su existencia. “Sea una ley civil: se dicta: tal categoría de
ciudadanos debe realizar tal tipo de acción. La legitimación es el proceso por
el cual un legislador se encuentra autorizado a promulgar esa ley como una
norma. “ 4
Quedan validadas
formas institucionales de castigo y tortura aceptadas socialmente contra los
inmigrantes, dentro del sistema carcelario y psiquiátrico (como formas más
antiguas y eficientes de adiestramiento social, de encierro, y de resguardo
ante esta “anormalidad peligrosa”), la infancia (como podemos contemplar en
nuestro país con la constante crisis del Sename y el fenómeno de la
delincuencia infantil y juvenil), y, cómo no, en la mantención de parámetros
especistas por sectores conservadores hacia prácticas como el rodeo (al ser los
animales no sujetos de derecho, al no ser racionales, no poder ejercer su
autonomía para organizarse y dialogar, ya que no participan del Logos como
Razón ni como palabra).
Hay, mediante esta validación institucional, una hegemonía del discurso, un
espacio privilegiado de producción de narratividades con un criterio de verdad,
que a la vez deja atrás otros discursos, otras narratividades, dejándolas no en
el plano de la negación, sino de la exclusión.
“Ciertamente, si uno se sitúa al nivel de una proposición, en el interior de un
discurso, la separación entre lo verdadero y lo falso no es ni arbitraria, ni
modificable, ni institucional, ni violenta. Pero si uno se sitúa en otra
escala, si se plantea la cuestión de saber cuál ha sido y cuál es
constantemente, a través de nuestros discursos, esa voluntad de verdad que ha
atravesado tantos siglos de nuestra historia, o cuál es en su forma general el
tipo de separación que rige nuestra voluntad de saber, es entonces, quizás,
cuando se ve dibujarse algo así como un sistema de exclusión (sistema
histórico, modificable, institucionalmente coactivo)” 5
El gesto histórico de Occidente de imponer una universalidad idílica que se
tipifica como aquello humano, ciudadano, tiene el único fin de resguardar la
propia estabilidad y permanencia de los discursos hegemónicos que operan y se
despliegan a través de esta misma violencia, que es tanto fundadora como conservante
del Derecho que le resguarda, como trabajaría Benjamin. “Si cabe concluir que
la violencia bélica es una violencia originaria y arquetípica de toda violencia
dirigida a fines naturales, entonces habita en toda violencia de esta índole un
carácter de instauración de derecho (…) Pero el Estado teme esta violencia
absolutamente en cuanto instauradora de derecho(…)” 6
La respuesta a este re-conocimiento del Estado de la fragilidad de su propio
aparato jurídico-legal ante la potencialidad de no poseer el privilegio hegemónico
de ejercer y aplicar violencia coactiva deriva en la instauración de un sinnúmero
de normas, leyes, para poder controlar al detalle la posibilidad de que la
población, o partes de ella, entren en el juego de las relaciones de poder
mediante la violencia, y deriva igualmente en la conformación y optimización de
dispositivos de control.
“(…)la idea de justicia supone dos cosas:
una regla de conducta y un sentimiento que sanciona la regla. Lo primero debe
suponerse que es algo común a toda la humanidad y encaminado a su bien. Lo otro
(el sentimiento) es el deseo de que sufran un castigo los que infringen la
regla.” 7
En los Derechos humanos no opera la “idea de hombre” o idea de satisfacción: es
idea de eficiencia al detalle. Y esta eficiencia se logra mediante la coerción
normalizada y moralizada de diversas conductas para asegurar la productividad
máxima de dicha eficiencia. Mediante la legislación constante en el orden de
las ciudades asegurando que nada “anormal” haga tambalear las estructuras
jerárquicas que se han creado a nivel internacional integrado para perpetuar
esta idea de sociedad post capitalista. Mediante la incorporación de discursos
éticos, bioéticos, jurídicos, cívicos, de lo que es el derecho universal y los
deberes del ciudadano, se entrelaza una idea de sanción o un temor a dejar de
ser parte. Una naturalización inconsciente de ciertos patrones de conducta que
te hacen ser sujeto de derechos, de resguardo, de librarte de la incertidumbre
de no estar territorializado. De ser sujeto peligroso, anormal, aquello que
mediante el castigo y la represión es subyugado, más silenciado de lo que ya
está al no ser nombrado de manera tácita más que como un “sin parte”, al hablar
de quienes si tienen parte (como trabajaría en diversos textos Ranciére, como
“El desacuerdo”, Política de la literatura”)
Quienes participan del espacio institucional de las “libertades” otorgadas y
garantizadas son quienes caen dentro de esta normalización del hombre-especie
ciudadano en la sociedad de normalización. “La sociedad de normalización es una
sociedad donde se cruzan, según una articulación ortogonal, la norma de la
disciplina y la norma de regulación” 8
Los Derechos humanos no son más que una herramienta
biopolítica y jurídica creada por países que ostentan el poder de información y
de política en las relaciones de poder para normalizar patrones, y tener el
derecho institucional de ejercer medidas contra todo lo terrorista, todo lo que
caiga en el escenario de lo riesgoso para sus fines de mantener la verticalidad
en el sistema político, mediante la estandarización de una moral única para
nuestra especie, mediante la conformación de una Otredad a la que suprime,
mediante la creación de dispositivos disciplinarios, y de infundir temor al
castigo por no estar a la altura de los estándares.
Conclusión
Un par de planas resultan insuficientes a la hora de proponerse argumentar de
manera detallada y definitiva respecto de nuestra hipótesis sobre desmontar los
intereses biopolíticos detrás de la creación y aplicación de los Derechos Humanos,
pero creo que hemos dilucidado un par de ideas claves que nos direccionan hacia
aquello.
Si logramos entender cuál es el poder ejercido de manera implícita y normalizada
de ciertos discursos políticos que circulan constantemente, y legitimados por
ciertas instituciones que se encuentran en una relación de verticalidad hacia nosotros,
podemos comprender a cabalidad la manera en que ciertas matrices de comportamiento,
o cierta moral que resulta resaltada por sobre otras, es a su vez que un instrumento
de subordinación, una herramienta performativa de control y disciplina al
detalle que funciona de manera muy eficiente y económica: Dejar por escrito una
serie de patrones de conducta de cómo tiene que comportarse un sujeto ciudadano,
y generar mecanismos y tecnologías de castigo a quien no forme parte de este
patrón, elimina la necesidad de estar constantemente vigilando que las individualidades
cumplan con esto, puesto que mediante instalar el temor al castigo de formar
parte de esa Alteridad, se aseguran de que el cumplimiento de estas reglas sea
masivo.
Con los Derechos Humanos contemplamos como hay una universalización de
preceptos de sujeto occidental, y de sujeto ciudadano, convirtiéndose estos
estereotipos en la expectativa de costumbre de los sujetos, las sociedades y
las naciones, y todo aquello que resulte ajeno a esta universalización pasa a
ser no-humano, a ser objeto de sanciones, de tortura, de amedrentamiento constante,
o, directamente, de normalización. Es un método muy antiguo, pero que ha refinado
sus técnicas de biocontrol (ya cuando ocurrió el proceso de colonización
existió un genocidio desde los españoles hacia los pueblos originarios, y un
proceso de normalización y catolización de los “malos y buenos salvajes” que
eran utilizados como mano de obra y fuerza productiva para las Coronas en
Europa, para reducir su “peligrosidad” y forzarles a adoptar un estilo de vida
occidental, mediante la prohibición y censura de todo lo propio de las culturas
latinoamericanas.) hacia esferas
arraigadas con el concepto de ciudadanía y de sujeto
cívico, de progreso y
de ciudad evolucionada, ordenada, bajo las premisas de reducir la incertidumbre
y el peligro al mínimo. Dentro de este mismo juego de dar parte a ciertos
grupos que cumplen con el rol activo en la ciudad avanzada, se
vuelve sin parte a otros grupos que no cumplen con estos criterios,
formando una dialéctica dentro de la ciudadanía, que es propia del
funcionamiento óptimo de la democracia, desde los tiempos de su conformación, en
la antigua Grecia. Una dialéctica donde quienes son sin parte no sólo son invisibilizados
y marginados sino también quienes constitucional e institucionalmente son
sujetos que reciben coerción de parte de los distintos aparatos del Estado.
Hoy en día podemos contemplar
esta forma de violencia en las relaciones de poder hacia el pueblo mapuche,
hacia los inmigrantes, dentro de las cárceles, y en el conflicto del sename y
las cárceles de menores principalmente (o es lo que los medios masivos de comunicación
nos muestran en su mayoría). Conflictos con una raíz en común, que fue la
hipótesis de nuestro trabajo, de una carta de DD.HH que opera como moral y que
va dejando a sujetos amorales fuera de sus criterios de ciudadanía, al alero de
todos los dispositivos de castigo y seguridad con la finalidad de mantener a
salvo la imagen del sujeto ciudadano, del sujeto domesticado que obedece a las
reglas para no hacer tambalear la verticalidad del sistema político mundial.
Bibliografía
1) Cortina,
A. (2000) El ámbito de la ética (p.
19)
2) Cortina, A. (2000) El
ámbito de la ética (p. 21)
3) Foucault, M. (2006) Seguridad,
territorio y población: Curso en el Collège de France (1977-1978). FCE (p.
135)
4) Lyotard, J. (1991) La condición
postmoderna (p. 9)
5) )Foucault, M. (2015)
El orden del discurso. Editorial aluén. (p. 16)
6) Benjamin, W. Para
una crítica de la violencia. Archivos de filosofía 2007/2008. (p. 434).
7) Mill, J. (2014) El utilitarismo.
Alianza editorial (p. 35)
8) Foucault. M (2001) Defender la sociedad. .Curso
en el Collège de France (1975-1976). FCE (p. 229)
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