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La industrialización del gusto: producción política de la conciencia de masas.






Resumen/abstract


La manera en que Adorno y Horkheimer tuvieron un acercamiento con lo relacionado a la producción en masa, junto al estallido de la industria cinematográfica, guardó estrecha relación con el proceso en expansión del capitalismo, y las distintas formas en que éste se insertó en diversos aspectos que configuraban relatos y narrativas tanto epocales como de modos de producción de las relaciones sociales. La lectura que se le hizo al despliegue y desarrollo de la industria cultural y la tecnología como herramientas al servicio de los discursos dominantes tuvo una claridad intelectual y material muy específica a la hora de concebir a la industria como un engranaje más de la producción de un modelo que se quiso imponer como dominante, y lo logró a través de las distintas expresiones en las que operó y que se convirtieron en engranajes de la industria capitalista del “entretenimiento”. En el presente ensayo profundizaremos en esto, y en lo que Hans Magnus Enzensberger desarrolla respecto a la “industrialización de la mente”, como un fenómeno propio de la sociedad post-capitalista e hiper-globalizada. Considerar a la industria cultural, y a la Sociedad del Espectáculo, como partes de un relato de la dominación resulta trascendental para poder revivir una crítica intempestiva respecto de cómo históricamente la producción del entretenimiento ha respondido a algo no tan sólo cultural, sino político, en sus términos más imperceptibles: en términos mentales, de sensibilidades construidas, y de conciencias programadas.

Términos clave: Industria cultural, industrialización de la conciencia, sociedad del espectáculo, nuevas sensibilidades, mundo administrado.




Introducción

En una entrevista realizada a Roger Behrens, hizo un análisis bastante interesante y peculiar respecto de conceptos trabajados tanto por Adorno, Marcuse, y Magnus Enzensberger en torno a las formas en que el capitalismo se ha ido moviendo, actualizando, y a la vez, insertándose dentro de marcos históricos en los que la humanidad se ha inscrito, para modificarlos a partir de sus tecnologías e intereses. La aparición del post-fordismo, la globalización, la producción en masa, la relectura de las obras de arte en función de una condición mercantilizada y comercializada, y una serie de factores relacionados a las esferas culturales, políticas y económicas, son resultado justamente de la intromisión del capitalismo en todas estas esferas ya mencionadas. El movimiento del modelo capitalista en su aspiración a ser planetario ha inscrito nuevos modos de producción no sólo de los objetos, sino de las relaciones sociales, las relaciones de poder, y de las subjetividades.



“La industria cultural no se limita ya a un sector, a determinadas empresas y consorcios, sino que es expresión de una sociedad totalmente determinada por el capitalismo: ya no existe nada fuera de éste, ningún reducto en el que refugiarse, porque la lógica del valor y del beneficio se expanden hasta los rincones más íntimos del ser humano”[i]



La pregunta que cabe hacerse es, si es que antes del capitalismo ya se daban estas formas de control, elitismo y diferencias de clase en la que existía un discurso hegemónico que definía lo que era la “alta cultura” y generaba, a la vez, una marginación de lo que quedaba fuera de esta categorización, y era concebido como “baja cultura”. Y la respuesta es sí. Como se trabajó a lo largo del seminario, a lo largo de la historia han existido distintos mecanismos y formas de teorizar en torno a lo que las élites burguesas definían como arte, o como alta cultura, instalando un problema tanto moral como estético. Si constantemente existen configuraciones que son las que determinan dentro de un grupúsculo privilegiado lo que es verdaderamente arte, repitiendo la ya obsoleta fórmula platónica, ¿existió realmente en algún momento una libertad cultural? ¿O siempre estuvo determinada-producida por privilegios de clase?

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Como aparece en el texto “La Industria cultural”, de Adorno y Horkheimer, en las primeras palabras del mismo: “Cada civilización de masas en un sistema de economía concentrada es idéntica y su esqueleto —la armadura conceptual fabricada por el sistema— comienza a delinearse. Los dirigentes no están ya tan interesados en esconderla; su autoridad se refuerza en la medida en que es reconocida con mayor brutalidad” [ii]. Esta frase hace alusión a que en una sociedad con una gran cantidad de individuos conformándola tiene una estructura fija, que es la que modela y determina todas las dinámicas dentro de la sociedad misma: esta estructura fija es el sistema económico que sostiene no sólo al comercio, sino a la sociedad en su conjunto, con toda la simultaneidad de dimensiones que coexisten en ella.

Es a causa de esto que históricamente, desde que existe la lucha de clases, existe también una guerra latente entre los relatos que se imponen como dominantes para generar un orden de categorías y configuraciones de modos de producción, y todo lo que queda fuera de ello, sujeto a ser censurado, prohibido, sometido. Es común encontrar en la historia del arte el debate en torno al gusto, o en torno a qué es la belleza, qué es lo Verdadero, para encontrar que las respuestas, si bien en algún momento tuvieron un punto de encuentro común (relacionado con el modelo platónico respecto de la copia y el simulacro), tenían una particularidad que dependía mucho del sistema cultural y óptico de cada época: Cada época tenía su propia visión, su propio ícono, estilo, ojo, ventana, perspectiva. Y el discurso de cada época determinaba lo que podía ser arte o no, a partir de quienes ostentaban el lugar de potencia y poder para poder presentar un discurso que fuera lo suficientemente legítimo como para tener criterio de validez y ser promulgado e impuesto como régimen óptico y perceptual. Y, por qué no decirlo, régimen de producción del gusto y de la conciencia. Y, como el esqueleto central de una sociedad es su economía, quienes podían instaurar regímenes de producción eran quienes formaban parte de las élites. Su discurso aparecía como el hegemónico, construyendo mediante dialéctica negativa una antítesis en la que algo quedaba afuera: ese algo era la baja cultura, el vulgo, subordinado a eso Otro, que es a la vez construido por las mismas élites a partir del rechazo. La economía dominante, entonces, es la que construyó la subjetividad en torno a la baja cultura, y a la cultura en general.

“La industria cultural, a través de sus prohibiciones, fija positivamente—al igual que su antítesis, el arte de vanguardia—un lenguaje suyo, con una sintaxis y un léxico propios. La necesidad permanente de nuevos efectos, que quedan sin embargo ligados al viejo esquema, no hace más que aumentar, como regla supletoria, la autoridad de lo ordenado, a la que cada efecto particular querría sustraerse. Todo lo que aparece es sometido a un sello tan profundo que al final no aparece ya nada que no lleve por anticipado el signo de la jerga y que no demuestre ser, a primera vista, aprobado y reconocido.” [iii]



Hay un componente fuertemente político, más que sólo económico, en el gesto de instaurar regímenes perceptuales y totalizantes. Porque en ese negar, como ya enunciamos, se vuelve a legitimar que existen diferencias culturales de clase. “La unidad desprejuiciada de la industria cultural confirma la unidad—en formación—de la política” [iv] . Al legitimar estas diferencias, no sólo entrega un imaginario que queda en registro simbólico respecto a cierta naturalidad de la diferencia - que presupone que las élites son poseedoras de un gusto refinado, en comparación con el proletariado, que, presa de sus bajas pasiones, disfruta de todo aquello que queda fuera de la alta cultura-, sino que, también entrega cierta narrativa de identidad cultural de clase que responde a una maquinación económica, servil a intereses políticos. La clase dominante quiere a todo costo mantener distancia del proletariado, casi como si fueran especies distintas, y encontró en la industria cultural capitalista un gran aliado para sus fines, tanto de mantener distancia, como de instauración de regímenes perceptuales, de afectos y de modos de producción alienantes.



Ahora bien, el crecimiento expansivo de la industria cultural, que responde a procesos de tecnologización de la vida en todo sentido, incrementó el poder tanto adquisitivo como de producción, y alteró todas las formas clásicas de interacción entre individuos y obras, como entre los mismos individuos. Con la aparición de la radio y el cine, los individuos se volvieron receptores silenciosos, sin capacidad de participación. El individuó adquirió el nuevo estatus impuesto de espectador del espectáculo del capitalismo; espectador que, sumido en el letargo de su explotación constante, busca un escape en la industria del entretenimiento y el espectáculo, pero termina siendo prisionero de la misma, que moldea y determina la subjetividad en la nueva era del capitalismo avanzado.

“Durante el tiempo libre el trabajador debe orientarse sobre la unidad de la producción. La tarea que el esquematismo kantiano había asignado aún a los sujetos—la de referir por anticipado la multiplicidad sensible a los conceptos fundamentales—le es quitada al sujeto por la industria. La industria realiza el esquematismo como el primer servicio para el cliente. Según Kant, actuaba en el alma un mecanismo secreto que preparaba los datos inmediatos para que se adaptasen al sistema de la pura razón. Hoy, el enigma ha sido develado. Incluso si la planificación del mecanismo por parte de aquellos que preparan los datos, la industria cultural, es impuesta a ésta por el peso de una sociedad irracional—no obstante toda racionalización—, esta tendencia fatal se transforma, al pasar a través de las agencias dela industria, en la intencionalidad astuta que caracteriza a esta última. Para el consumidor no hay nada por clasificar que no haya sido ya anticipado en el esquematismo de la producción” [v]


La clásica lectura kantiana del sujeto que, mediante la apercepción trascendental era capaz de organizar a priori en categorías puras del entendimiento la experiencia ya pasó de época, cuando nos encontramos ante una sociedad de masas obreras y explotadas que, sin disponer de tiempo reflexivo, se convierten en consumidoras de las mercancías dispuestas para su consumo y circulación. El comercio de la cultura adquiere nuevos estándares de trabajo y producción mediante la estadística, el estudio de clase, y la homogenización del sujeto explotado. De esta forma, mediante estudios de mercado, el espectáculo se puede abrir para ser entregado al espectador pasivo que, sin otro rol que cumplir, sólo pone a trabajar la máquina perceptual que la industria cultural le ha instaurado en la conciencia.

“El hecho de ofrecer al público una jerarquía de cualidades en serie sirve sólo para la cuantificación más completa. Cada uno debe comportarse, por así decirlo, espontáneamente, de acuerdo con su level determinado en forma anticipada por índices estadísticos, y dirigirse a la categoría de productos de masa que ha sido preparada para su tipo. Reducidos a material estadístico, los consumidores son distribuidos en el mapa geográfico de las oficinas administrativas (que no se distinguen prácticamente más de las de propaganda) en grupos según los ingresos, en campos rosados, verdes y azules”. [vi]


La espontaneidad en la sociedad de masas no existe. Las clases dominantes, el capitalismo gerencial a cargo de la planificación siguiendo la pauta capitalista de la industria cultural, han planificado todo ya para generar reacciones enfocadas en reducir el potencial emancipatorio de la clase explotada y brindarle nuevas categorías. “La sociedad es una sociedad de desesperados y por lo tanto presa de los amos.”[vii] Todo está dado, categorizado y listo para consumo y entretención. La clase dominada aparece como inercia y escucha de todo aquello que ha sido preparado para ella. “La vida en el capitalismo tardío es un rito permanente de iniciación. Cada uno debe demostrar que se identifica sin residuos con poder por el que es golpeado.” [viii] En este caso, ya inmersa la industria cultural en este esquema mental perceptual, se convierte en un proceso de de industrialización de mente.

“Sólo cuando los procesos que dan forma a nuestras mentes se hicieron opacos, enigmáticos, inescrutables para el humano común, sólo con la llegada de la industrialización, emergió sinceramente la pregunta por cómo son formadas nuestras mentes. La industria de la mente realmente es un producto de los últimos cien años. Se ha desarrollado a tal paso, y ha asumido formas tan variadas, que ha superado nuestra comprensión y control. Nuestra discusión actual sobre los “medios” parece sufrir de limitaciones teóricas severas. Prensa, cine, televisión, relaciones públicas tienden a ser evaluadas separadamente, según sus tecnologías, condiciones y posibilidades específicas. Cada nueva rama de la industria desata una oleada de teorías. Casi nadie parece consciente del fenómeno como un todo: la industrialización de la mente humana. Este es un proceso que no puede ser comprendido por la mera examinación de su maquinaria.”[ix]



Lo que enuncia Hans Magnus Enzensberger es sumamente importante, y es un llamado a no caer en gremialismos o rubros a la hora de hacer un estudio respecto de los fenómenos de las mass media, ni de las repercusiones históricas que ha habido en el avance tecnológico y la especialización de los distintos medios de comunicación y entretenimiento, puesto que todos estos avances y progresos son parte de un solo y mismo fenómeno: la industrialización de la mente, que el autor entrelaza con la industria cultural en tanto que son procesos simultáneos y que se desprenden directamente del capitalismo en sus niveles tanto económico como político. El arte, que ya dijimos a grandes rasgos que estaba determinado por su época y por los discursos de las élites dominantes, entra dentro de la categoría en que, al ser convertido en objeto de consumo, con capacidad de ser producido en serie y en masa, también cae y es absorbido por este capitalismo para circulación del orden jerarquizante del modo de producción a través de la cultura.

“Cultura e industria cultural se ensamblan mutuamente; las necesidades (tal y como las concibe la cultura de masas) no sólo son satisfechas de modo industrial (mediante la producción de masas), sino que tanto las necesidades mismas como los modos de satisfacerlas son industrializados. (…) En segundo lugar, la industria cultural es característica de una sociedad en la que todo se convierte en mercancía y queda determinado por la forma de la mercancía. Así se anula de la diferencia entre hechos y ficciones: el mecanismo de la mercancía, mediante el cual las relaciones de producción se nos presentan como algo aparentemente natural, duplica estas mismas relaciones en su reproducción, de modo que toda mercancía cultural es al mismo tiempo publicidad del mundo tal y como es.” [x]


Esta conversión del mundo en ficción y publicidad se asemeja a la inversión del platonismo que desarrolla Deleuze, en donde el mundo se presenta como fantasma y pura simulación, siendo la materia elemental originaria puro flujo. La diferencia aquí radica en que la industria, la economía, los modos de producción hegemónica son quienes disponen de las herramientas y los medios para poder hacer circular un podo de ficción o de publicidad respecto de lo que es el mundo: tienen en sus manos el poder de construir perceptualmente al mundo, configurarlo representativamente e instalarlo, bajo industria de la mente, en la conciencia de las masas. Y en la época hipercapitalista e hipermoderna en la que nos encontramos, esto se ha agudizado debido a las redes sociales, el fenómeno de los bots, de las nuevas industrias del entretenimiento (como ocurre en Corea del Sur). El acceso a información constante, automatizada, nos ha vuelto presas de la inmediatez, y de la vigilancia constante. Mediante nuestras redes podemos, como enuncia Byung Chul Han, ser el Gran Hermano. La industria de la mente nos ha convertido en sujetos de reproducción, vigilancia, circulación y consumo desmedidos a la rapidez ya no de nuestros cuerpos, sino de cuántos Gb puede tu internet por segundo. El mundo vuelto ficción, en las manos del capitalismo y la industria cultural, deviene publicidad y objetos de consumo constante. Ya no habría arte, ya que incluso las tendencias contraculturales que han ido apareciendo a lo largo de la historia, y que responden a la marginación inicial, han sido absorbidas por el mercado, normalizadas, y puestas en circulación, quitándoles todo el contenido disruptivo que podrían tener. Todo lo que podría resultar en una inestabilidad de este régimen perceptual de modos de producción termina siendo coptado, inconizado, y reducido. Cuando toda representación se vuelve publicidad, todo cuerpo es convertido en mercancía, con un valor en el mercado. Y esa identidad con valor adquirido es el legado más fuerte que la industria cultural capitalista introdujo en nuestra conciencia.

“Para una teoría crítica de la industria cultural – y también de la cultura pop-, lo decisivo es la transformación de la posición del público y del consumidor, en general la fusión de recepción estética y consumo de mercancías. Esto es lo que condiciona la “estetización de la política” diagnosticada por Benjamin, que consiste también en hacer a los seres humanos cada vez más pasivos. Las masas tienen derecho al cambio; pero la cultura sólo les ofrece una expresión de éste: el espectáculo de un cambio aparente. En la industria cultural, con la excepción del fascismo, esto está aun ideológicamente encubierto, pero en la cultura pop se trata de algo manifiesto. Podría decirse que, en ella, el engaño de masas ya no es un secreto” [xi]



La “condición adormecida del público” que menciona a Roger Behrens en su entrevista tiene mucho que ver con un proyecto político de sometimiento, y parte importante de este proyecto gira en torno a la estetización de la política benjaminiana. El cambio aparente en la pantalla aparece como la industria cultural planifica que aparezca para que produzca cierto resultado en la mente del público, convertido en mero espectador, mera transparencia en la que se proyecta la imagen ya procesada, categorizada.



“Por una parte, la “sociedad industrial avanzada” de la posguerra se revela como “sociedad unidimensional” que integra completamente a los seres humanos – Marcuse habla de un “capitalismo corporativo”, Adorno del “mundo totalmente administrado”-. Por otra parte se constituyen nuevos movimientos de oposición en los que la exigencia de libertad, emancipación y satisfacción de la existencia adquiere de nuevo una perspectiva radical –política y estéticamente-, con la que puede quebrantarse la unidimensionalidad dominante.” [xii]



En el mundo totalmente administrado de Adorno, el ocio también encuentra su administración por los poderes facticos, que son quienes determinan no solamente de cuánto tiempo “libre” dispone el trabajador promedio, sino también qué consumirá en este tiempo. La industria cultural se despliega de manera casi perversa en su afán adoctrinador y planetario.
“En nuestra época, las condiciones tecnológicas para la industrialización de la mente existen en cualquier lugar del planeta. No puede decirse lo mismo de los prerrequisitos políticos y económicos. No obstante, es solo cuestión de tiempo hasta que se encuentren. El proceso es irreversible”[xiii], enuncia Hans Magnus Enzensberger con desesperanza respecto de la aporía en la que nos encontramos atrapados por las condiciones avanzadas del hipercapitalismo a nivel de la mente. La administración del ocio, el instante en el que nos golpea la ilusión de la libertad, supeditada al tiempo libre del que disponemos como resultado de la administración capitalista de neustros tiempos en torno a nuestra fuerza de trabajo, es el último golpe a la idea de que no hay forma de escapar de la producción política de la conciencia de masas: hasta nuestro ocio y aburrimiento se encuentran calculados, diagramados, y administrados para que encontremos alternativas a este tiempo “libre” en el mercado. Un mercado que crea, reproduce y dispensa necesidades con valor de cambio. Y al que accedemos con el salario, bajo el ilusorio mundo de los simulacros y las mercancías.

Las salidas a esta aporía son ideológicas, y responden a distintas lecturas respecto del fenómeno como tal de la industria cultural, la industrialización de la conciencia, de la mente, y a la producción política de una conciencia de masa. Aunque, realmente, no hay certeza de las salidas, más sí de la claridad respecto de la perversión histórica de quienes históricamente han impuesto los regímenes de verdad y de modos de producción. Al menos ya podemos ver desde otro lugar las configuraciones de poder operando para someter en los lugares donde antes veíamos con inocencia la pura entretención, y podemos deambular con cautela por los senderos automatizados y pensados que nos dispuso el Capital por su ciudad.







Conclusión

Si bien el escenario parece desalentador cuando lanzamos sentencias tan potentes que nos permiten entrever que el capitalismo y su industria nos han atravesado en más dimensiones de las que quisiéramos asumir, también se hace importante hacer una especie de arqueología de cómo, desde que ha existido una clase dominante, han impuesto regímenes culturales y artísticos para asegurar su posición de poder y de superioridad en todo nivel posible. Este trabajo reflexivo, de estudio, permite poder dar una lectura a las clases históricamente oprimidas, poder dar un vuelco al imaginario de cierta “identidad de clase”, e identificar en ella esa estructura de poder y opresión que responde justamente a las maquinaciones que han echado a andar.

El arte, como un engranaje más utilizado desde Platón en adelante para instaurar formas políticas de control, sanción y censura, ha sido históricamente contextualizado, moldeado, cosificado y utilizado en pos de los intereses epocales; y, en la época del dinero, no podría ser la excepción. El tema está en que, comprender que no existe tal cosa como buen o mal gusto, abre el abanico a cuestionarse de dónde surgen estos discursos, y reconocer en ellos las imposiciones que operaron, y por qué lo hicieron. El abismo de reconocer siempre un nuevo hilo fino de explotación dentro de la configuración (in)consciente permite desanudarse de él, y conformar un nuevo espacio de disputa y tensión.

Si existiera un escenario en el cual se pudiera enunciar con fuerza y determinación que todos los discursos, hasta los más mínimos que se hacen circular y parecen legítimos, en realidad están anclados en la nada, porque no existe un centro, sería interesante ver qué ocurriría con la sociedad de masas, si seguirían en la conformidad espectadora consumiendo en silencio y subordinación lo que el espectáculo les ofrece, o si surgiría una nueva potencia disruptiva dispuesta a hacernos despertar de la ficción de los simulacros que llevan siglos enraizados en la lucha de clases, y que es necesario y urgente erradicar. La burguesía capitalista no puede seguir siendo el prisma que determine nuestra vista, nuestro gusto, nuestras vidas. Y partir por reconocer este engranaje se hace vital para cualquier labor que intente ser emancipatoria.



Bibliografía




[i] Maiso, J. (2011) ¿Qué significa hoy teoría crítica de la industria cultural? Entrevista a Roger Behrens. (p. 294)


[ii] Adorno, T. y Horkheimer, M. (1988) "La industria cultural. Iluminismo como mistificación de masas". En Dialéctica del iluminismo. Edit. Sudamericana. (p. 1)


[iii] Adorno, T. y Horkheimer, M. (1988) "La industria cultural. Iluminismo como mistificación de masas". En Dialéctica del iluminismo. Edit. Sudamericana. (p. 5)


[iv] Adorno, T. y Horkheimer, M. (1988) "La industria cultural. Iluminismo como mistificación de masas". En Dialéctica del iluminismo. Edit. Sudamericana. (p. 2)


[v] Adorno, T. y Horkheimer, M. (1988) "La industria cultural. Iluminismo como mistificación de masas". En Dialéctica del iluminismo. Edit. Sudamericana. (p. 3)


[vi] Adorno, T. y Horkheimer, M. (1988) "La industria cultural. Iluminismo como mistificación de masas". En Dialéctica del iluminismo. Edit. Sudamericana. (p. 2)


[vii] Adorno, T. y Horkheimer, M. (1988) "La industria cultural. Iluminismo como mistificación de masas". En Dialéctica del iluminismo. Edit. Sudamericana. (p. 19)


[viii] Ibíd.


[ix] Enzensberger, H. (1982) Critical essays. Extraído de https://ianus.ca/2020/08/05/la-industrializacion-de-la-mente-por-hans-magnus-enzensberger




[x] Maiso, J. (2011) ¿Qué significa hoy teoría crítica de la industria cultural? Entrevista a Roger Behrens. (p. 295-296)


[xi] Maiso, J. (2011) ¿Qué significa hoy teoría crítica de la industria cultural? Entrevista a Roger Behrens. (p. 306)


[xii] Maiso, J. (2011) ¿Qué significa hoy teoría crítica de la industria cultural? Entrevista a Roger Behrens. (p. 312)


[xiii] Enzensberger, H. (1982) Critical essays. Extraído de https://ianus.ca/2020/08/05/la-industrializacion-de-la-mente-por-hans-magnus-enzensberger

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