Toque de queda: Tocan la movilización, queda la represión
Dentro de un régimen de presidencia como el de nuestro
territorio, ante una situación de crisis considerada de
catástrofe, es constitucionalmente legítimo que el presidente
pueda decretar una serie de medidas para restringir libre
circulación, estableciendo límites y prohibiciones, como
ocurre con el toque de queda. Una medida que, si miramos la
historia un poco de cerca, siempre ha sido instalada so
pretexto de pensar en la seguridad y el resguardo, pero que
esconde siempre un interés de sometimiento y de control de
las facultades de movimiento y reunión de un grupo de
personas en la sociedad.
Desde el estallido social del 2019- en el que se expresaron
constantes revueltas que parecían ser inagotables,
volviéndose hasta cotidianas- se instauró el toque de queda,
en un intento gubernamental por interrumpir esa cotidianidad
de manifestaciones – un intento en medio de muchos, que
incluyeron secuestros, torturas, asesinatos, desapariciones,
abusos sexuales, y miles de personas mutiladas por la violencia
de carabineros y del ejército, así como también de la
legislación de nuevas leyes como la ley anti barricadas, entre
otras-. Y con la llegada de este contexto histórico pandémico
llamado covid-19, se ha extendido nuevamente el toque de
queda, bajo el discurso de
que es una medida sanitaria
para poder reducir la escala
de contagios. Bajo esos
pretextos, es que como
territorio llevamos más de 1
año de restricciones
horarias y de circulación.
Si volvemos a mirar la
historia de cerca, podemos
ver que son muchos los
contextos situados en los
que se instaló esta medida
de control social y político.
En la Alemania nazi, por
ejemplo, existía toque de
queda para el pueblo judío,
y en países como España, Y
todos los de Abya Yala en
sus contextos de
dictaduras, también lo
existió para la población en
su conjunto. Y si vamos aún
más lejos, el origen del
toque de queda se remonta
a la Europa medieval, en
donde surgió como una
medida contra los
incendios. En el diario en
línea El País podemos leer
Parece dudosa esta aseveración, por no decir ética y políticamente cuestionable, perversa, y con un amargo interés por que veamos de manera amigable estas medidas de sometimiento. Se habla de una medida de protección, sin embargo hemos visto en este juego sanitario, en el que disponen de nuestra salud y de nuestras vidas a diestra y siniestra, cómo han tomado medidas sumamente azarosas e ilógicas. Nos prohíben circular por las noches, pero estamos bajo la obligación de seguir trabajando, utilizando el mismo transporte público conocido planetariamente por sus niveles de atochamiento y multitudes de personas que no tienen el privilegio de elegir una cuarentena preventiva, porque necesitan sobrevivir en el día a día con el sueldo miserable que gana la mayoría de la clase explotada en este territorio (y en todos). Personas en situación de precariedad que tienen que seguir sus largos recorridos en transportes repletos, desde las comunas periféricas para trabajar en las comunas industriales en una región centralizada, o en las comunas donde viven de expropiar la fuerza del trabajo de la mano obrera mediante el servicio – como Vitacura, La Dehesa o Las condes, que se levantan gracias a sus nanas y trabajadorxs del hogar.
Se nos restringe la noche y se nos impone la angustia de estar todo el tiempo a contrarreloj, expuestxs a las formas de violencia de quienes pueden desde multarte, hasta llevarte a un calabozo, o hacerte desaparecer, tal como lo han hecho sistemáticamente en dictadura y democracia. Se nos configura una nueva forma de habitar la ciudad mediante la prohibición. Habitar sólo para producir, tal como nos ven: como eslabones de una cadena de trabajo de la cual sólo pueden extraer su fuerza para ello, y luego de vuelta al encierro en el hogar, para al día siguiente volver a salir a cumplir con la única obligación que quieren que cumplamos. Nos quieren sin ocio, nos quieren sin organizarnos. Nos quieren convirtiendo toda nuestra vida en la explotación laboral a la que estamos sometidxs. En la misma publicación del diario El País se enuncia “Julián Casanova, que acaba de publicar Una violencia indómita. El siglo XX europeo (Crítica). “Hasta ahora, siempre ha habido una cierta contradicción entre toque de queda y democracia. Pero la pandemia ha introducido un componente totalmente nuevo”. En realidad, ha devuelto la expresión a sus orígenes.”
Es interesante abrir el espacio a otra de las dimensiones que expresa que la democracia sigue siendo una forma de opresión política que significa la dictadura de las mayorías y del capital. Dictadura de las mayorías porque somos sólo un número que elige a quien nos va a oprimir, vía electoral, usando distintas herramientas de control para someternos. Dictadura y democracia, bajo estas disposiciones legales que controlan nuestros cuerpos, terminan teniendo una barrera difusa, que puede llevar a pensar qué clase de acción política es la que realmente puede sacarnos adelante. El toque de queda es un toque, más bien un golpe directo, a nuestros cuerpos, y no sólo nos vulnera, sino que nos expone a todo el brazo armado del terrorismo de estado. Nos intenta convencer de que tanquetas y retenes deambulando por nuestros barrios son normales, y no invasiones que nos desamparan a toda la fuerza de un estado desesperado por recuperar su legitimidad. Este golpe directo nos deja en una inacabable noche de encierro, y es este encierro el que tenemos que saber usar estratégicamente para armar estrategias que derrumben estas formas de control social que, bajo la ficción de cuidarnos, busca someternos en nuevos niveles en los que no podemos ceder. Que nos toquen la libertad, y nos quede la rabia y la lucha.
Por Amapola Neregebla para Boletín Sedición n°9. Link de descarga: https://www.mediafire.com/file/a2om05uv3su3397/SEDICIONMAYO9.pdf/file
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