Por Amapola – Integrante del Órgano
AnarcoFeminista (OAF) para Periódico Insurgencia
Cuando se expone el problema de lo carcelario, siempre resulta conflictivo, ya
que la apuesta por la abolición del sistema penitenciario supone una serie de
problemas que saltan a la vista incluso cuando se comienza a dar una
conversación respecto a la posibilidad real de su abolición. Uno de los
argumentos más usados en contra de la abolición del sistema penitenciario es
¿qué se haría con los violadores que están encarcelados?, y es a partir de ese
problema que el anarcofeminismo tiene mucho que ver no sólo a la hora de dar
una respuesta, sino de sugerir tácticas, estrategias y alternativas que van no
sólo en lo político, sino en lo social y lo cultural.
Intentaré profundizar respecto de una frase que circula mucho: todxs lxs
presxs son políticxs. ¿Por qué se enuncia esto? Pues porque el fenómeno de las
prisiones va, en su nacimiento y progreso histórico, muy de la mano con la
necesidad de mantener un orden en las sociedades incipientemente burguesas.
Inicialmente se encerraba a los locos y leprosos, y posteriormente se pasó a
encerrar también a “ociosos y haraganes” a los que, dentro de su encierro
forzoso, se les obligaba a mantener un oficio. Surge aquí la idea de castigar
al cuerpo que no es productivo; al que no se le extrae su fuerza de trabajo. A
partir de aquí, y en complicidad con la reducción de la incertidumbre al que
estaban sujetos los Estado-nación desde adentro, surge una serie de discursos
respecto a qué cuerpos son los peligrosos: el resultado es la instauración de
estándares de normalidad/anormalidad, para evaluar la peligrosidad y la
criminalidad de un sujeto inserto en una sociedad. Y para poder mantener este
régimen de normalidad, surgieron distintos dispositivos de control y de
vigilancia. Surgieron las leyes que protegen la propiedad privada, leyes que
sancionan, leyes que sustentan la existencia de la policía , y, actualmente, de
tecnologías de vigilancia, que están constantemente observándonos y
construyendo perfiles de criminalidad y riesgo. Con esto, se instaura una
Sociedad de la vigilancia, una Sociedad policial, y una Sociedad carcelaria, en
la que la disciplina está tan instalada, que nuestro comportamiento está
atravesado por el temor al castigo.
Es a partir de esta postura que reconocemos que en los discursos carcelarios
hay una raíz autoritaria y burguesa, y que se enuncia que todxs lxs presxs son
políticxs: porque la prisión como tal es una herramienta política de control,
castigo y subordinación, al amparo de la instauración de un régimen de
vigilancia en nuestras calles, redes sociales, trabajo, escuela… en nuestra
vida entera.
Y, entonces, ¿qué hacer con los violadores? Esta es una pregunta que también
está descontextualizada de la realidad carcelaria: la mayoría de las personas
privadas de libertad lo están por otro tipo de crímenes: robo y narcotráfico
mayoritariamente (y el narcotráfico es el porcentaje más alto en el caso de las
mujeres). Claramente, hay un factor de desigualdades de clase entremedio que no
podemos ignorar. Situaciones “delictuales” como lo son el robo o el ingreso a
la cadena del tráfico de drogas responden a un contexto de miseria, de
precariedad, propios del capitalismo salvaje; Capitalismo que nos mantiene
siempre al borde de la vulneración, esclavizadxs al trabajo y siempre en riesgo
de escasez monetaria. La salida para algunxs es la entrada a estas redes que,
para muchxs puede ser sólo la pérdida de conciencia sobre el lugar que ocupamos
como clase – “ser desclasadx”, como dicen-, pero el problema tiene un
trasfondo, y es la pobreza que el modelo económico produce. La mayoría de las
mujeres presas por narcotráfico son madres solteras, de entre 1 a 15 hijxs a
lxs cuales deben mantener. Necesitamos entender que las condiciones situadas
son las que producen lo que se llama crimen, en vez de replicar lógicas de
criminalización, que es lo que hace el Estado con sus aparatos jurídicos. Si
nos damos cuenta de que la prisión es el espacio que sanciona mayoritariamente
crímenes de pobreza, tenemos más claridad de que la prisión es política, y que
responde a la defensa de las clases dominantes. Y si teníamos dudas de ello,
sólo nos basta con mirar a lxs presxs de la revuelta, o a lxs presxs mapuche en
huelga de hambre.
La sociedad nueva que proponemos desde el anarquismo no puede replicar
lógicas castigadoras, ni carcelarias. El anti-punitivismo es una postura real,
que encuentra su fundamento en la comprensión histórica de los mecanismos de
subordinación y disciplinamiento de nuestra clase, y apela a que rompamos con
esto. A que abandonemos ese lugar de “yuteo” (suponer el lugar en el que está
la otra persona), y a que también podamos construir nuevas formas comunitarias
de justicia social y de autodefensa tanto individual como territorial, de la
mano con procesos pedagógicos libertarios. Es, en resumen, poder hacernos cargo
colectivamente de los problemas que se dan, sin caer en criminalizar,
estigmatizar, ni reproducir los patrones autoritarios que el Estado ocupa para
reprimirnos. No, nosotrxs somos más que eso.
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