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La espectralidad de la historiografía: entre la ficción y lo siniestro





La espectralidad de la historiografía: entre la ficción y lo siniestro

Hay una condición inherente de extravío en el quehacer de recuperación de la historia. Casi como si dicho quehacer constara de una arqueología que intenta construir relatos y rearmar el pasado en medio de lagunas negras, de fantasmas e incertidumbres. Una búsqueda de certezas entre el registro, y todo aquello que ha sido indocumentado. Sin duda alguna, pensar en los relatos históricos y en cómo estos han sido plasmados, conocidos y difundidos, tiene una estrecha relación con pensar las técnicas y formas de registro, de documento, de archivo y de memoria.


Es a partir de todos estos puntos que se abre el seminario, y la problemática respecto de la relación entre historia y trauma, acontecimiento y veracidad. Porque, si lo pensamos de manera superficial, podemos extrapolarlo a dos posturas diametralmente opuestas: o el quehacer histórico tiene una rigurosidad casi científica que convierte todo relato en un hecho incuestionable; o, más bien, hay una gran cantidad de registros extraviados, y aquellos que han sido encontrados se encuentran permeados por subjetividades, o formas ficcionales que han tomado dichas documentaciones para construir relatos en donde la barrera entre lo verdadero y lo espectacular se difumina.


Nuestro afán es romper con dicho binarismo a la hora de juzgar el quehacer histórico, y adentrarnos en un espacio donde se entremezclan ambas, abordándolo desde distintos nudos y tensiones que se abrieron con la bibliografía presentada para el seminario. Y, más solamente dedicarnos a mezclar ambos polos, nuestra apuesta es asumir que esta doble condición de la historia, basada en todos los relatos del pasado que más han marcado – las situaciones traumáticas y que se encuentran reflejadas mayormente a través del testimonio- se encuentra contenida dentro de dicho quehacer. ¿Cómo pueden convivir entonces, de manera simultánea, la condición de veracidad y la condición de ficcionalidad? ¿Pueden, realmente, darse ambas condiciones? ¿Qué es lo que hay de real y de espectral a la vez en un acontecimiento? Creemos que las direcciones para dar respuesta a esto se encuentran tanto en la dimensión traumática transhistórica como en la potencia acontecimental y de experiencia (Erlebnis – Erfahrung) de la misma.





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Considero, para términos de este ensayo, fundamental comenzar con la distinción que hace Lacapra (tomándose de Benjamin) entre los conceptos alemanes Erlebnis y Erfahrung. Si bien ambos significan experiencia, el primero refiere al acontecimiento experimentado, y el segundo al conocimiento que se adquiere a raíz de dicho acontecimiento. Me parece fundamental justamente porque creo que hay una carga muy importante de ambas nociones de experiencia en el quehacer historiográfico. No solamente se trata de datar de manera objetiva un hecho histórico, como si se tratase de una reacción química o de una resolución de ecuaciones algorítmicas. Al ser sucesos vividos a partir de la condición humana, no tienen únicamente esa condición mecánica y automatizada, sino que también se comprende la dimensión de lo que se generó causalmente a partir de determinado hecho histórico. Una vez hecha esta distinción, podemos adentrarnos a la problemática que trasciende a la mera veracidad del hecho histórico:


“En suma, mantengo que las aseveraciones que reivindican alguna verdad y están fundamentadas en pruebas se aplican en la historiografía a los dos (problemáticos) niveles de las estructuras y de los acontecimientos. Además, las reivindicaciones de verdad son condiciones necesarias de la historiografía, pero no suficientes. La pregunta decisiva es cómo interactúan y cómo deberían interactuar con otros factores o fuerzas de la historiografía, en otros géneros y en las formas hibridas”. [1]



Cuando cambiamos el foco desde la veracidad de un hecho, hacia el cómo se relacionan e interactúan los distintos factores que componen un acontecimiento, no solamente se puede comprender de una manera más acabada el quehacer histórico, sino que también se puede dar una nueva perspectiva múltiple a los hechos históricos que antaño nos parecían incuestionables o unidimensionales. Y, de cierta manera, si contemplamos que el quehacer de archivo y documentación siempre es resultado de la necesidad de dejar constancia de algo, podemos adentrarnos en esa necesidad de la constancia, necesidad de archivo, de prueba de la memoria. Una prueba de la memoria que remite a la búsqueda de constatar un hecho histórico. Pero, si lo comprendemos desde el lugar del Erfahrung, este hecho histórico es más que una situación puntual en sí misma.



“(…) Ausencias relacionadas con lo que podría denominarse trauma estructural o transhistórico, en tanto condición desestabilizadora de posibilidad que genera ansiedades o vulnerabilidades. Estas últimas, que se aplican a todo el mundo, pueden ser dudosamente fijadas y sometidas a hipóstasis cuando son derivadas proyectivamente de acontecimientos putativos (el exilio del Edén, el pecado original) o adjudicadas a la intervención nefanda de un grupo humano determinado (los inmigrantes, los judíos y demás).” [2]

“Huellas, remanentes o residuos: la memoria, el testimonio, la documentación y las representaciones o artefactos.” [3]

Ahora bien, si dentro del título del presente ensayo está incluido el concepto de Lo Siniestro, es por la estrecha relación que se ha visibilizado, a lo largo de la bibliografía, entre historia y trauma. A su vez, desde el psicoanálisis freudiano hay una conexión sumamente latente entre trauma y lo siniestro (Unheimlich)- comprendido como lo infamiliar del inconsciente, como aquella parte del aparato psíquico individual que no es fácilmente accesible y que guarda toda la carga psíquica del inconsciente, los acontecimientos traumáticos, entre otros, y que termina siendo como aquello “infamiliar” dentro de unx mismx. Esto deriva en que aquello que nos es “conocido” nos es a la vez algo extraño, y que genera ese temor. Situaciones en las que se expresa ese movimiento afectivo suceden, por ejemplo, cuando una persona experimenta un trauma originario que ha sido reprimido de su consciente, no pudiendo recordarlo, pero rememorándolo cuando vive una nueva situación que trae ese sentimiento de infamiliaridad, en donde se revive esa carga traumática inicial.

“(…) la transformación del trauma en experiencia (o acontecimiento) fundante, la base misma de una existencia, con la posibilidad de que el trauma sea sacralizado o transvalidado en lo sublime.” [4]

Pues, con la historia, y la exposición a un hecho histórico del pasado, sucede un fenómeno bastante interesante, que es el de la transferencia. Sentir que se ha vivido y padecido un acontecimiento del cual la persona no ha sido parte. Se da un proceso inverso al Unheimlich, respecto de lo familiar (Heimlich). Hay una movilización de la carga psíquica que produce que en determinadas personas aquel acontecimiento histórico ocurrido en otra época y referencia geográfica, resulta familiar, a partir de la transferencia.

Algo importante a tener en cuenta es el rol de la empatía o la compasión en la comprensión, incluyendo la comprensión histórica, y sus complejas relaciones con la objetividad y la transferencia. La objetividad es, qué duda cabe, una meta de la historiografía profesional relacionada con la ambición de representar el pasado con la mayor precisión y fidelidad posibles. Podríamos reformular y defender esta meta en términos pospositivistas tanto cuestionando la idea de una representación por completo transparente, no conflictiva y neutral de cómo “fueron realmente” las cosas en el pasado como reconociendo la necesidad de llegar a un acuerdo con la implicación transferencial y la carga afectiva del objeto de estudio mediando críticamente las identificaciones proyectivas o incorporativas quizás inevitables, realizando investigaciones minuciosas y estando abiertos a la manera en que nuestros propios hallazgos pueden cuestionar y hasta contradecir nuestras hipótesis iniciales. El estudio y la investigación pueden hacernos cambiar de opinión e incluso afectar nuestra identidad, sobretodo en temas con gran carga emotiva y relacionados con los valores.

“La relación transferencial ayuda a comprender el carácter contagioso del trauma: su manera de propagarse incluso al entrevistador o el comentarista. Pero la “contagiosidad” es en este caso un concepto “medicalizado” y, como tal, dudoso. Su mecanismo responde a un proceso de identificación proyectiva y/o incorporativa (o quizás a la confusión de ambas). De allí que la identificación sea crucial para las relaciones transferenciales en general, y especialmente para las víctimas de trauma acentuado.” [5]



Aquí aparece el factor relevante de la medicalización de toda esfera de la vida en una sociedad que, habiendo acumulado la carga afectiva de guerras, conflictos, tiranías, terrorismos de estado, epidemias, muerte, y una serie de vulneraciones corporales y mentales, demanda salidas a sus traumas, sin ser consciente de ellos. Es imposible no identificarse con un relato de padecimiento cuando somos una especie que ha sido tallada desde el padecer. Es en ese sentido que, si consideramos que la mayor cantidad de acontecimientos históricos que han quedado marcados en el inconsciente colectivo tienen relación con una condición infamiliar, nuestra propia historia está tallada desde el trauma, la ausencia psicoanalítica, o la deuda nietzscheana .

“Tampoco deberíamos fundir o confundir empatía con incorporación del otro al propio yo (narcisista), ni comprenderla instrumentalmente como un medio de descubrir nuestra “verdadera” identidad (…) En este sentido, la empatía es posibilitada por la alteridad interna (o el inconsciente) y se fundamenta en nuestra capacidad de abrirnos al otro, que es constitutivo para la formación de nuestro yo. (…) La empatía no es un paspartú sino un afecto crucial para una posible relación ética con el otro y, en consecuencia, para nuestra propia responsabilidad o capacidad de responder.” [6]

Hay, por ende, también una relación muy profunda entre eso metahistórico y cultural, y la transferencia no narcisista. La empatía y la transferencia se producen cuando se logra reconocer esa alteridad, hay una apertura a la condición acontecimental y un punto de inflexión respecto de la capacidad de reflejo. Hay algo que genera una fisura en la historia tradicional, y adquiere esa condición doble de la experiencia, marcando un precedente que se vuelve narrativa propia.

Ahora bien, cuando hablamos de narrativa propia, se abre otro desafío relacionado con la verdad de los relatos históricos. Hayden White, diría en"La trama histórica y el problema de la verdad en la representación histórica”:“(…) lo que sí sostengo es que hay una relatividad inexpugnable en toda representación de los fenómenos históricos.” [7](p. 189), pero no a modo de ser un idealista ciego en las fantasmagorías de la objetividad, sino que respecto de la distinción que hace entre las interpretaciones de los hechos, y los relatos contados acerca de os hechos.

“¿Puede decirse que los conjuntos de acontecimientos reales son intrínsecamente trágicos, cómicos o épicos, de manera tal que la representación de aquellos acontecimientos como un relato trágico, cómico o épico podría ser evaluada según si adecuación fáctica? ¿O todo depende en definitiva de la perspectiva desde la cual se miran los acontecimientos?” [8]

Al plantear esto, White descentraliza la discusión respecto del hecho mismo, para llevar el foco de la discusión filosófica y el problema transhistórico hacia la perspectiva y la interpretación de los hechos. Ya no se trata del hecho histórico como tal, como acontecimiento, Erlebnis, sino como los conocimientos y experiencias legados de este hecho.

Es sumamente relevante la diferencia entre interpretación de los hechos, y relato contado acerca de ellos. La historia la escriben los vencedores, diría un teórico político realista hobbesiano llamado Hans Morgenthau. Pero los hechos históricos no son escritos, son acontecimentales. Generan un precedente. El conflicto está en cómo accedemos a esa condición acontecimental, a cómo accedemos a los hechos históricos objetivos cuando la propia técnica de narrativa, descripción y discurso se encuentra permeada por una subjetividad y por su propio relato. Pues, entonces, ya no se trata de enfocarse en un hecho sino en bajo qué técnicas y narrativas es narrado éste, y su riesgo de caer en la ficcionalidad. Hay un desmontamiento del régimen que instalaba una división postplatónica entre lo verdadero y lo falso, puesto que incluso en aquello que parece ficción, hay algo de verdadero (como ocurre, por ejemplo, con las novelas gráficas Maus y Persépolis, o con los films sobre el Holocausto y la Dictadura en el territorio dominado por el estado de Chile). El conflicto es cómo aquello se presenta de forma tal que sea visible hasta dónde llega la realidad histórica y dónde comienza el carácter ficcional con el que se dotó al relato. El conflicto está en el orden de las representaciones históricas, en donde la forma de lo que se narra es más importante que lo que se narra para términos de la legitimidad que puede tener “(…) la dificultad de descubrir y contar la verdad, incluso una pequeña parte de la misma, tanto por parte del relato, como de los acontecimientos cuyo significado busca descubrir.” [9]

Este cambio de enfoque hacia el cómo se representa el acontecimiento guarda estrecha relación con la masificación de las técnicas espectaculares y masivas de producción, que se fueron tecnologizando y aplicando desde la Segunda Guerra Mundial, y tuvieron importantes repercusiones respecto a la estetización del relato mediante una narrativa que subordina al mismo a su carácter de espectáculo. Esto, a la vez, responde a cómo las industrias del entretenimiento han querido hacer emerger o replicar sentires de manera masiva mediante la industria del entretenimiento – industria que ha logrado que, en el inconsciente colectivo, esté muy fuertemente arraigada la idea de que, por ejemplo, Estados Unidos es un país sumamente diplomático, correcto, y con un marcado complejo de superhéroe planetario, cuando la realidad es que es un arsenal estatal de intereses bélicos y extractivistas. Nos encontramos, pues, con que las industrias intentan tramar el relato de acuerdo a una intención discursiva qué es lo que se quiere transmitir o rescatar del acontecimiento. Es ahí donde lo ficcional se mezcla con lo siniestro para instalar un régimen fantasioso que es retroactivo: logra alterar el imaginario de un territorio, un hecho, un testimonio, no solo en el presente, sino que hacia el pasado.

De la misma manera, podemos entrar a cuestionar la veracidad de algo sumamente relevante: el testimonio de situaciones traumáticas o que no encuentran registros históricos. Es a partir de este tipo de archivo que se vuelve a instalar la cuestión sobre la veracidad de un relato. Lo que parece irrepresentable para el lenguaje – por su carácter terrorífico, como ocurre con los momentos de la historia de mayor crueldad y banalidad del mal – es lo que con mayor razón debiese encontrar la manera de ser transmitido. Lo indecible es evitado en tanto insoportable, pero es necesario que sea enunciado, ya sea simbólica, discursiva o performativamente, en pos de no ser cómplices de la censura de los crímenes que sostienen la historia de los vencedores.

La dimensión testimonial (trabajada, por ejemplo, por Primo Levi o Viktor Frankl) adquiere relevancia, dotando nuevamente de sentido y de cierto criterio de realidad a la capacidad oral de narrar aquello que no se encuentra en los libros de historia. Ya que, así como los medios hegemónicos pueden, de manera retroactiva, cambiar todo un imaginario histórico a conveniencia, también pueden hacer desaparecer acontecimientos de la historia general universal. Pero no pueden borrar las huellas traumáticas que dejan en los cuerpos que aún tienen la potencia testimonial en su habla. Es a partir de estos dos sentidos – del espectáculo y del testimonio, que se puede destrabar lo que se comprende como representación realista, y, por ende, de lo que se entiende como realidad.

El testimonio tiene la gracia de, pese a ser subjetivo, narrar y visibilizar una dimensión de u hecho histórico, una experiencia, un padecer. Puede no ser multidimensional ni expresar la totalidad de un hecho histórico, pero ¿puede algo realmente expresar esa totalidad? ¿O, más bien, todo hecho histórico, todo relato, no es más que el conjunto de los fragmentos que han sido encontrados y el resto es pura ficcionalidad? Desde esa hipótesis, los relatos históricos no son más que dimensiones testimoniales que hacen uso de distintas técnicas de archivo, en conjunto con ciertos criterios ficcionales, y ciertos criterios infamiliares-de trauma.

En el libro “El texto histórico como artefacto literario”, Hayden White abre ciertas reflexiones, respecto de cómo Hollywood ha, de manera descarada, tomado hechos históricos para inventar historias burdas carentes de toda veracidad más allá del acontecimiento puntual, con la finalidad de fomentar el entretenimiento o alimentar ciertos imaginarios serviles a lo que simbolizan ciertos poderes. Cuando se dan instancias, ya sea escriturales o cinematográficas, también, según el autor, hay un riesgo dentro de esa espectralidad representacional, que es mediante la estetización del acontecimiento y el peligro de fetichizarlo mediante la narrativa: mediante una inmersión en la fantasía, y lo irreal, generando así una conversión del acontecimiento en el contenido de una narrativa. Propone que una salida a ese peligro está en las técnicas psicopatológicas de los escritos – deformaciones, disociaciones, fragmentaciones, represiones- como técnicas que violentan las convenciones del relato tradicional, con la finalidad de desfetichizar el acontecimiento. Desfetichizarlo, comprendiendo esto no sólo como quitarlo de un lugar de veracidad ciega, sino que también de remover los clichés que instalan que hay ciertas formas más legítimas de presentar la realidad histórica que otra.

El punto de todo esto, si bien algo difuso, se trata ni de asumir desde una premisa totalizante que todos los relatos históricos son verdaderos o falsos, sino que, dependiendo de la manera en la que han sido abordados, presentan algo real, algo ficticio, y algo siniestro que lo sostiene, y que convierte al hecho histórico algo atractivo, algo que genera empatía, y padecimiento. Algo que, en resumen, sirve a la sociedad del espectáculo para vender, y para generar algo. Los horrores llaman, porque de ellos se sostiene toda la narrativa cultural, política y social que sostiene a las sociedades humanas, y pocas situaciones de excepción movilizan tanto a la empatía como la transferencia ante un contexto de crisis bélica, o de vulnerabilidad.

Pese a que la industria hollywoodense ha tenido experticia en dotar de falsedades y de ficciones todo lo que rodea a un hecho puntual, el hecho como tal sigue presente allí: es por lo general el hito central que articula y que es clímax en las pantallas. Ahora, la pregunta sería también: ¿es realmente lo más importante de un acontecimiento lo que los espacios hegemónicos muestran? ¿O responde esto también a una estrategia política de control? Hay películas por montones que muestran el desastre vivido en Nueva York posterior al atentado a las Torres Gemelas, pero para ver la contraatacada del ejército estadounidense hemos tenido que esperar a que sean hackers y aventureros informáticos quienes desclasifican información sobre los horrores que perpetúa el país que intenta, a la vista internacional, quedar con una imagen impecable, haciendo uso del espectáculo y su capacidad moldeable de emitir relatos.

Son muchos los debates inacabados que se abren, ciertamente, con el tema de este ensayo y de este seminario, pero de todas formas las premisas iniciales se mantienen: la historia es el realidad los relatos de un acontecimiento, que, para sortear todas las lagunas y vacíos, todas las ausencias, se sostiene en la ficción, y se difunde debido a la carga traumática transhistórica. La historia, más allá del mero acontecimiento o del relato, está más plagada de ausencia y de trauma que de archivo. Contemplarlo desde este lugar instala una cuestión más importante que el binarismo verdadero/falso: la descentralización del acontecimiento, y la perspectiva de múltiples acontecimientos que sostienen una realidad metahistórica.



Para cerrar, dejo una cita de, texto “Repensar la historia”, de Keith Jenkins:



“En el nivel teórico me gustaría plantear dos cuestiones. La primera (que esbozaré en este párrafo para desarrollarla más adelante) es que la historia es un discurso, entre muchos otros, sobre el mundo. Dichos discursos no crean el mundo (la materia física sobre la cual aparentemente vivimos), sino que se apropian de él y le proporcionan todos sus significados. Ese fragmento del mundo que constituye el (supuesto) objeto de investigación de la historia es el pasado. Por consiguiente, la historia, en tanto que discurso, se sitúa en una categoría diferente de aquella sobre la que discurre; esto es, el pasado y la historia son cosas distintas. Es más, el pasado y la historia no están intrínsecamente imbricados, de modo que no ha de producirse necesariamente una única lectura histórica del pasado: el pasado y la historia flotan a la deriva pro derroteros que pueden distar años y kilómetros entre sí. (…)El pasado ha sucedido. Ya ha transcurrido y sólo puede ser recuperado, si bien no como un acontecimiento real, por los historiadores que se sirven de diferentes medios de comunicación, como libros, documentales, etc. El pasado se nos ha escapado y la historia no es más que lo que los historiadores hacen de él cando se ponen a trabajar.” [10]





[1] Lacapra, D. (2005). Escribir la historia, escribir el trauma. Ediciones nueva visión. (p. 27)


[2] Lacapra, D. (2006). Historia en tránsito: experiencia, identidad, teoría critica. Fondo de cultura económica (p. 159)


[3] Lacapra, D. (2006). Historia en tránsito: experiencia, identidad, teoría critica. Fondo de cultura económica (p. 161)


[4] Lacapra, D. (2006). Historia en tránsito: experiencia, identidad, teoría critica. Fondo de cultura económica (p. 158)


[5] Lacapra, D. (2006). Historia en tránsito: experiencia, identidad, teoría critica. Fondo de cultura económica (p. 115)


[6] Lacapra, D. (2006). Historia en tránsito: experiencia, identidad, teoría critica. Fondo de cultura económica (p. 110-111)


[7] White, H. (s.d) El texto histórico como artefacto literario. (p. 189)


[8] White, H. (s.d) El texto histórico como artefacto literario. (p. 192)


[9] White, H. (s.d) El texto histórico como artefacto literario. (p. 196)


[10] Jenkins, K. (2018) Repensar la historia. Editorial siglo XXI. (pp. 7-9)

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