Consejos para una estrategia territorial horizontal- o saltar mil pasos más lejos
del Estado, y mil más cerca de nosotrxs
Las experiencias de asambleas y redes autoorganizadas en nuestros territorios
post-estallido social nos han dejado grandes lecciones que creo vitales para
mantener en el recuerdo y para agregar a nuestro quehacer y a nuestras
propuestas sociales. La persona que escribe esto fue parte de un nomadismo
territorial desde que comenzaron a levantarse las primeras asambleas barriales y
coordinadoras entre Puente Alto y La Florida. Ese nomadismo me brindó una
experiencia y un aprendizaje muy potentes para poder pensar en herramientas
para hacer más operativo y duradero en el tiempo el proyecto de estos espacios.
Cuando surgieron las ollas comunes en este territorio dominado por el estado de
chile, la sociedad se encontraba sumergida en una profunda precarización causada
por todos los desastres y violencias ejercidos por la Dictadura militar. No era sólo
la persecución a quienes iban en contra de las políticas totalitarias, sino que
también el desempleo, se hizo más difícil el acceso a alimentos y recursos de
primera necesidad, se destruyeron campamentos y se desalojaron tomas de
terreno. La gente fue literalmente arrojada a su supervivencia de la manera más
salvaje y descarnada posible, y todo eso a manos de una élite que priorizaba la
economía por sobre el bienestar de la clase trabajadora (a nuestra perspectiva,
cabe aclarar, sea dictadura o democracia, toda forma de gobierno siempre va a ser
jerárquica, y va a priorizar su propia estabilidad al precio de nuestra esclavitud, sea
de formas más visibles, como durante la dictadura, o de otras más pasivas, como
las actuales, mediante la servidumbre del trabajo asalariado).
Como resultado de esto, el pueblo en hambre y desesperación se encontró a sí
mismo en la misma condición. La persona que tenías al lado ya no era una persona
extraña. Se compartía la necesidad, se compartía el abandono de las políticas
gubernamentales. Pero fue gracias a ese abandono que se empezaron a gestar
nuevas formas de organización, subsistencia y de resistencia. De resistencia porque
ya no necesitaban de un Estado, un político usurero ni de una municipalidad que
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gestionara sus necesidades al precio de perder la autonomía. Se necesitaban
solamente a sí mismxs y a su solidaridad para, literalmente, levantar la olla en el día
a día. Esa es la historia de las ollas, una historia que recoge la capacidad del pueblo
de responder a sus carencias, de solidarizar, sin esperar a cambio un cargo de
autoridad, o una ganancia. En gestos tan simples como compartir la comida ya
estaba una ganancia, que era tanto individual como colectiva. Eso es fundamental
porque es el germen del anarquismo: aquel ideal que busca el máximo bienestar
para todxs lxs seres vivxs.
Lo que sucedió con las ollas
comunes fue que respondían
muy bien a la inmediatez y a la
urgencia de saciar el hambre
de la clase abandonada y en
lapsus de reencuentro de
clase. Pero, al no tener una
proyección política, se fueron
desvaneciendo cuando la
gente comenzó a generar
ingresos de manera individual
y pudo ser capaz de llenar las
despensas de sus hogares, perdiéndose así un espacio de encuentro, de compartir,
y de construir el entramado barrial. Este año pandémico que pasó volvieron a
levantarse iniciativas alimentarias en un montón de territorios, ya sean ollas
comunes, redes de abastecimiento, comedores sociales… todas enfocadas en suplir
un trabajo que el Estado y las empresas no estaban haciendo: emplear y asalariar a
la gente para que pudiera mantenerse. Estas iniciativas marcan un increíble primer
quiebre con el modelo propio del sistema político llamado “estado-nación”: Un
estado centralizado se encuentra arriba en el esquema de poder, y comienza a
delegar hacia abajo, hasta que los últimos eslabones, nosotrxs, sin conexión con
nada más que con los eslabones del estado, recibimos. No hay conexión con otros
eslabones, y es todo sumamente inamovible. Eso nos acostumbra a siempre estar
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recibiendo (lógica de ser clientes), o esperando recibir, demandando que se nos
entregue, en vez de tomar y conseguir por nuestra cuenta. Nos vuelve sumisxs ante
su autoridad porque sentimos que la necesitamos. Con los espacios de solidaridad
de clase esa red unidireccional entre el Estado y nosotrxs se rompe. Porque los
eslabones se conectan entre sí y empiezan a construir nexos, y debilitando los que
tenían con el Estado y sus instituciones.
El problema es cómo mantener esos nexos recientes, y que no sean absorbidos
nuevamente por la municipalidad o el usurero de turno. Cuando se aprobó que la
gente pudiera sacar su 10% de las AFP (precarizando aún más su vejez), se
comenzaron a desocupar las ollas comunes, empobreciendo nuevamente el tejido
de clase que se había armado. Eso ocurre justamente cuando un espacio de
encuentro sólo responde a la inmediatez y no logra articular un proyecto político
que le de dirección y perdurabilidad a lo largo del tiempo. Por ejemplo, si somos
conscientes de esa red unidireccional Estado-pueblo y de cuán perjudicial es delegar
toda nuestra vida para estar esperando recibir, podemos entrar a cuestionar si es
realmente necesario y legítimo un método de organización política como la de los
Estados-naciones – un método organizativo creado por la burguesía en Occidente,
y que se sostiene con la herramienta de la constitución. Que si acaso no sería mejor
que cada barrio y cada territorio tuviera asambleas en las cuales poder hablar de
sus necesidades, construir estrategias para satisfacerlas, y entrar en conexión con
otras asambleas. Que si realmente es necesario que existan instituciones que estén
entregándonos apenas unas migajas cuando, si mantenemos un contacto estrecho
con nuestra clase, podemos tener la panadería entera, de manera totalmente
autónoma y sin tener que responder a nadie más que a quienes levantan esas
instancias.
Es aquí que, desde la experiencia de mi nomadismo asambleario, puedo reconocer
que gran parte de los espacios que se han podido mantener activos más allá de las
ollas comunes y las redes de abastecimiento son aquellos que se plantean objetivos
claros a mediano y largo plazo. Objetivos que tienen en común una fuerte crítica al
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modelo económico, al régimen extractivista de las grandes empresas, y a las
condiciones de miseria en la que sobre-vivimos como clase desfavorida. Pueden ser
espacios que no tengan propuestas claramente anarquistas, pero sí les urge un
cambio en el sistema político tradicional, y es ahí donde tenemos que entrar a
aportar, para la construcción de principios en esos espacios que sostengan y
defiendan su horizontalidad, su autonomía, para que no llegue el candidato de turno
a cooptar los espacios de clase a cambio de unos votos apelando a la democracia
representativa. Podemos aportar también a que aquellos objetivos excedan a las
consignas – tales como salud digna, educación pública, entre otras- y vayan al
problema de raíz que nos mantiene en precariedad en distintos aspectos de
nuestras vidas: el régimen capitalista. Ese que privatiza todo (sea privatizando para
las empresas, como ocurre en el capitalismo neoliberal, o privatizando todo
mediante el capitalismo de Estado, ese modelo izquierdista que convierte al Estado
en ente que posee y gestiona todo, bajo el eslogan de la renacionalización y la ficción
de las fronteras nacionales) y produce que hayan algunxs que tienen, y otrxs que no
tenemos.
Pero si tenemos. Tenemos
nuestra fuerza, nuestra
potencia para transformar
esa red unidireccional en
un montón de flujos de
apoyo mutuo, de socorro y
de aguante en esta guerra
de clases que, aunque
parezca invisible, sigue
desde las sombras. Y
desde esas mismas
sombras seguimos en
resistencia.
Por Amapola Nómade para Boletín Sedición n°8. Link de descarga: https://www.mediafire.com/file/ydma2yy5l2nfevm/SEDICION8.pdf/file
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