La ciudad interrumpida en-por sus Ruinas: Sobre nuevos inconscientes ópticos, éticas y formas de cohabitar.
Nota: Al releer este ensayo, que fue escrito el 2020, en el contexto del seminario “El sueño de la Historia en Freud, Marx y Benjamin”, tuve la intención de modificarlo para ponerlo en tiempo presente. Luego decidí desistir de esto, y reivindicar el contexto epocal en el que fue desarrollado: Un tiempo en el que la Revuelta seguía viva, aunque en suspensión, o, más bien, en transformación temporal - con ollas comunes y redes de abastecimiento -, por el reciente proceso planetario de cuarentena por el SARS-CoV-2. Me pareció importante rescatar el carácter presente de ese momento, ya que guarda distintas cargas, y permite que quienes lo lean también se sitúen en los distintos momentos que se mencionan.
Este escrito – o la idea del mismo, el hecho en que se ancla– surge desde una inspiración remota que se dio en medio del contexto del Covid-19, que nos obligó a destruir todas nuestras usuales formas de ser y habitar tanto la ciudad como nuestra cotidianidad. Formas de ser y estar que, en ese contexto, parecían distantes, pese a guardar algo del calor en esa expectativa del acontecimiento.
Fueron meses en los que, de una u otra forma, nos hemos visto en exceso superados por el quiebre de todas las relaciones sociales que nos construyeron, nos impusieron y nos constituyeron, para deambular en la ciudad, en el trabajo, en el cemento y entre las bocinas. Inicialmente fue en esta normalidad avasalladora, cristalizada en la ruina constante que quedó post-dictadura, en esta democracia , que se vino a hacer concreto lo que la tortura y el régimen militar no pudieron. El hambre, la pobreza, las esquinas llenas de borrachos, el silencio, y la tristeza del sometimiento, son las identidades que se ocultan tras las fantasmagorías del capitalismo triunfando en una ciudad plagada de grandes tiendas, de comercio, y de escasez.
“Un velo cubre al <<flâneur>> en esta estampa. Ese velo es la masa que se agita <<en los rugosos meandros de las viejas metrópolis>>. Cuando el velo se rasgue y deje libre a la vista del <<flâneur>> una de <<esas plazas populosas que la revuelta ha convertido en soledad>>, sólo entonces verá sin obstáculos la gran ciudad.”[1]
Esta normalidad del colapso, de la miseria, se fue haciendo tan visible que se quebró, se desbordó sobre sí misma, y la crisis inminente generó el acontecimiento de la ruptura de las formas de silencio, de las formas de censura. “Chile despertó” del sueño de las fantasmagorías – pese a que existen muchos ciclos de sueño, nunca podemos saber si estamos del todo despiertos –, pero volvió a caer en el sueño planetario de la crisis inmunitaria, que juega a la vez a ocupar un rol biopolítico de tecnologizar los mecanismos de control social y de orden público, a la vez que se mantiene en la frontera entre el hacer vivir/dejar morir y hacer vivir/dejar morir.[2] Dentro de este escenario, la precariedad que es la Ruina constante del éxito capitalista, y que llevó a la movilización generalizada de todos los territorios de la sociedad de este territorio desde Octubre del 2019, reapareció. El gesto político de aprovechar el confinamiento civil obligatorio para intentar hacer desaparecer toda huella de la revuelta social, de hacer un barrido del desastre en la ciudad, pintando las paredes, eliminando carteles, prohibiendo las protestas, e instalando una nueva salida militar a las calles para “seguridad de la ciudadanía” – seguridad de la ciudad – fue insuficiente, porque la Ruina reaparece en todos los lugares.
Y esta vez reapareció – o gritó más fuerte, porque nunca deja de aparecer – en el acontecimiento del hambre, y en la pobreza que se hace visible en las poblaciones. Volvieron las protestas, en un escenario mucho más avasallador que antes, en el que ahora se juegan la vida entre el contagio y la falta de necesidades básicas. La Revuelta nunca deja de ocurrir, sólo cambia de formas, y se despliega en otras dimensiones. Pero luego de Octubre, la ciudad, para quienes la habitamos, ya no volverá a ser lo mismo, aunque conviertan las paredes en un lienzo blanco que está en constante restauración.
“La decadencia no es nada menos estable ni más sorprendente que el progreso. Sólo un cálculo que admitiera reconocer en ella la única ratio de la situación actual, podría, liberándose del enervante asombro ante algo que se repite diariamente, considerar las manifestaciones de la decadencia como lo estable por antonomasia, y únicamente la salvación como algo extraordinario, casi rayando en lo portentoso e incomprensible. Los pueblos de Europa central viven como los habitantes de una ciudad sitiada que empiezan a quedarse sin alimentos ni pólvora, y para los cuales, según todo cálculo humano, apenas cabe esperar salvación.” [3]
El carácter acontecimentamental de la fotografía juega un rol fundamental en la captura del momento lúcido de la protesta, y de la intervención de la ciudad. Intervención que se convirtió en una lucha contra todo lo que materializa el consumismo que empobrece, y contra el orden ciudadano que instaura que el único régimen posible en la urbanización de las capitales del Capital es el del trabajo. Barricadas en las esquinas, semáforos y señaléticas destruídas, grandes tiendas insignes del neoliberalismo exacerbado, todo destruido, todo en llamas.
Todo en negación de este transeúnte que siempre se sintió ajeno a la ciudad que le construyeron para habitar, y que ahora expresa mediante la anulación violenta de todo lo que simbolice al capitalismo infamiliar con el que fue forzado a (sobre)vivir. Ante la violencia de la ciudad en ruinas, la violencia de hacerla propia, hacerla de nadie, rayando, modificando, volviendo cenizas. Y ahora que la ciudad se encuentra sin transeúntes, y sin muestras de la Revuelta social que remeció fugazmente al Mundo y sus mundos, es que la fotografía se vuelve memorial de la ruina resignificada. Porque fue una ruina que es expresión de la Ruina capitalista, pero una ruina realizada por los vencidos de la Historia. Y la fotografía aparece aquí como gesto poético de la manifestación capturado por el intervalo imagen.
Durante la Revuelta se dieron muchas intervenciones a las grandes arterias de la ciudad, y las que se pretenden recoger en este ensayo son las exposiciones fotográficas, que presentaban fotografías de la misma revuelta mientras ella estaba ocurriendo. Particularmente, un colectivo llamado Proyecto Rencor presentó en varias ocasiones en plena Plaza Dignidad fotos de los enfrentamientos, incluso mientras ocurrían otros enfrentamientos en el mismo lugar, de manera simultánea.
Esta exposición se despliega y opera como interrumpiendo la ciudad para mostrar la ciudad misma en esa faceta infamiliar, siniestra, pero que a su vez, desde la transición post dictadura, siempre fue una ensoñación culposa, siempre produjo una felicidad de la incertidumbre de si pudiera pasar.
“La masa es en nuestros días la matriz de la que surge renacido todo comportamiento frente a las obras de arte que haya sido usual hasta ahora. La cantidad ha dado un salto y se ha vuelto calidad: las masas de participantes, ahora mucho más amplias, han dado lugar a una transformación del modo mismo de participar.” [4]
El flâneur cambia su disposición, desde el deambular entre las fantasmagorías de la mercancía, a deambular entre la mercancía en ruinas, y a ser parte de esto, al mismo tiempo que poder ser espectador, mediante la contemplación del intervalo. Es parte de la exaltación misma de la Ruina en la que se sostiene el fantasma del Capital: una exaltación que se desborda en su derrumbe.
“Sin embargo, la verdadera existencia del habitante que llena hasta el borde la ciudad, y sin la cual no se da este conocimiento, no viene sin costo. (…) Para las masas – y con ellas vive el flâneur, los brillantes y esmaltados carteles de las tiendas son tan buenas o mejores decoraciones como para el burgués una pintura al óleo en el salón, los cortafuegos son sus pupitres, los kioscos de revistas sus bibliotecas, los buzones de correo sus estatuillas de bronce, los bancos sus boudoir 5, y las terrazas de los cafés sus miradores, desde los cuales bajan la vista hacia su propiedad.” [5]
El gesto de mostrar la ciudad en la ciudad – tal como fue la intención y la (a)puesta en escena de Proyecto Rencor – surge, entonces, como una invitación al flâneur a poner el régimen contemplativo de la mirada en retrospectiva con el propio cuerpo que es parte activa del quiebre de la revuelta, así como es también, a la vez, invitación a reproducir el intervalo del conflicto – corte móvil plasmado en las fotografías que son parte de la exposición, ahí en las calles, donde se están cambiando las codificaciones de la mercancía capitalista. Las grandes tiendas y las luces de neón son reemplazadas por imágenes del conflicto, como postales que aparecen en primer plano – las imágenes de la protesta como gráficas del despertar del (en el) conflicto. Como despertar del sueño – mientras que en el segundo plano está aconteciendo el conflicto en sí.
A la vez, se produce el gesto de visibilizar la cercanía entre la postal-ciudad, y la resignificación de las nuevas maneras en las que se rompió la codificación fantasmagórica de la ciudadanía en el mundo de las mercancías, junto con las nuevas éticas de cohabitar la ciudad en irrupción, en un juego de imágenes en el plano de inmanencia. Un cohabitar que está dado por la puesta en suspensión de lo cotidiano, lo acostumbrado y lo usual, y la aparición del nuevo inconsciente óptico, que genera nuevas identidades y nuevas formas de relaciones tanto entre individuos, como con la ciudad misma, así como la apreciación de ésta.
El inconsciente óptico, que responde al régimen del órden en la mirada, se moviliza, construyendo nuevas narrativas y figuras políticas que son resignificadas por una nueva configuración perceptual que se relaciona con la ética, y con el quiebre del sueño de la normalidad; Por ende, se desprenden nuevos inconscientes ópticos-políticos.
La acción de los transeúntes- que están en esta suspensión política y performativa del régimen perceptual- de pausar su cotidianidad para contemplar las capturas-intervalos de la revuelta ya es un reflejo de esta nueva configuración perceptual y ética, y expresión de una nueva disposición y apertura hacia el nuevo inconsciente óptico, que se traduce en nuevas formas de habitar la Ruina - la ciudad.
A la vez, es importante señalar la labor disruptiva que ha generado en los últimos año el grupo Delight Lab, que, mediante un mecanismo relacionado con las luces y sombras, han intervenido distintas ciudades, presentando imágenes y consignas en referencia a la constante crisis que ha sido el neoliberalismo en el territorio. Estas últimas semanas se han encargado de hacer uso de los edificios del centro de la capital como un lienzo o una pared sin contenido, para proyectar palabras que esconden la precariedad normalizada que volvió a salir a luz bajo las condiciones de la ciudad subsumida por la crisis inmunitaria planetaria. La respuesta institucional consistió en, usando también la técnica de luz, censurar la proyección, así como intentando censurar y silenciar también la miseria, o reducirla a un nivel en que no desborde ni colapse la seguridad social que el Estado de bienestar intenta proyectar, y que encuentra su ocaso y su amenaza en una proyección de una palabra, una imagen, un concepto, una consigna, que guarda en sí misma la Ruina y el estado de incertidumbre constante, latente.
“ Si en Vigilar y castigar el panóptico de Jeremy Bentham representó precisamente en ese sentido un sentido ejemplar, es porque este encierra la sutil fórmula de la coimplicación espacial. No se trata, como es sabido, de un temible en tanto rígido aparato de internación, sino de una máquina abstracta capaz, en primer lugar, de “crear una relación de poder independiente de quien lo ejerce” [6]
Mencionamos esto para resaltar que los dispositivos biopolíticos de seguridad, durante el contexto del 18 de Octubre, y aún hoy en día en el contexto del confinamiento sanitario, se siguen desplegando y perfeccionando los límites de su alcance y las maneras en las que operan. En estos casos, con el “blanqueamiento” de la ciudad, con la fantasmagoría del orden capitalista en la limpieza y orden de las calles, y con la censura sistemática toda forma de expresión artística que pretenda hacer una fisura, una fuga, en la narrativa óptica y de habitar impuestas por el neoliberalismo y sus dimensiones, se están desplegando nuevas formas contra-artísticas desde los aparatos estatales, que no sólo están anulando una obra, una acción, sino todo un discurso, y un relato, que sostiene el carácter acontecimental del arte en su faceta más disruptiva. Y la apuesta es que, justamente, estas acciones, estas (a)puestas en “escena” en la ciudad, son las que interrumpen con el inconsciente del deambular y el transitar capitalistas, y puede llegar a tensarlo y construir nuevos inconscientes ópticos, y es por esto, que los aparatos represivos buscan reducir la existencia de estos espacios, les persiguen, haciendo una borradura de la ciudad, pero sin poder borrar el contenido de las nuevas narrativas del habitar que se construyeron junto con la destrucción del flâneur capitalista.
Bibliografía
[1] Benjamin, W. (1972) Iluminaciones II: Baudelaire, un poeta en el esplendor del capitalismo. Taurus Ediciones. p. 76
[2] Nota de reedición de 2025: ¿Qué tal poderes que hacen morir/dejan morir?
[3] Benjamin, W, (1987) Dirección única. Ediciones Alfaguara. pp- 27-28.
[4] Benjamin, W. (2003) La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Editorial Itaca. p. 92
[5] Benjamin, W. (1929) El retorno del flâneur. Traducción de Santiago Woollands. Pp 2-3
[6] Cavalletti, A. (2010) Mitología de la seguridad: la ciudad biopolítica. Adriana Hidalgo editora. p. 9
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