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Ante la sociedad de control sanitario, la enfermedad es potencia de subversión



Ante la sociedad de control sanitario, la enfermedad es potencia de subversión

Introducción

La multiplicidad de relatos que hemos podido estudiar, que se han dado a lo largo de la historia respecto de distintas enfermedades, si bien tienen sus particularidades en lo que respecta a cada padecer con su especificidad, guardan un tema central que es el esqueleto, la estructura inicial, más allá de la “personalidad” y los calificativos individuales de cada diagnóstico: El esqueleto de la enfermedad como lo prohibido, a la vez de ser lo temido, por la cercanía que presenta con la finitud del propio cuerpo, y de la propia vida dentro de éste.
Se han construido una serie de imaginarios muy potentes, con una carga no sólo psicológica y patologizante, sino también cultural y política: imaginarios que construyen modos de habitar con el propio cuerpo y con las enfermedades, en una especie de guerra inmunológica y viral constante, en la que todo mecanismo de defensa se vuelve legítimo. 

Hemos podido revisar que con distintas enfermedades epocales, tales como la peste, la tuberculosis, o el sida, se han construido caricaturas, relatos, prejuicios, estereotipos, discriminaciones, y nuevas fronteras que producen espacios de inclusión diferencial – o de exclusión pasiva, más bien. Todas estas reactividades hacia la enfermedad están enmarcadas en generar distancia entre lo que es un cuerpo sano y uno enfermo.

Ahora bien, el escenario capitalista también tiene mucho que decir respecto de cómo administra la salud y cómo ha usado la herramienta del temor a la enfermedad a su beneficio, construyendo regímenes farmacológicos en pos de tener una sociedad de cuerpos sanos aptos para ser parte de la esfera del trabajo: dispuestos para que se les extraiga la fuerza de trabajo y la fuerza productiva. Los imaginarios del pasado en torno a la condición infamiliar, extraña y siniestra de la enfermedad y la muerte se han convertido en tecnologías del biopoder al servicio de tener una sociedad funcional y útil.

El discurso histórico del binarismo entre cuerpo sano y cuerpo moribundo ahora cumple un régimen de producción; se mantiene el mismo esqueleto clásico respecto a un cuerpo normal – normalizado-, y todas las cargas que hay detrás de un cuerpo que no cumple con los estándares. Pero… En una sociedad basada en la estandarización y administración, ¿podría pensarse un cuerpo que excede estos regímenes de orden como resistencia, apertura o subversión?
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Como trabaja Susan Sontag en su texto “La enfermedad y sus metáforas”, las enfermedades, desde una perspectiva histórica, han tenido una fuerte carga a la hora de definir modos de habitar de las subjetividades que “padecen” o que transitan por la experiencia de una enfermedad. Esta definición construyó una serie de imaginarios que, de cierta forma, terminaron siendo una carga crónica mucho más potente y negativa que las enfermedades mismas. Los prejuicios y los imaginarios que comenzaron a operar y atravesar a los cuerpos enfermos impusieron regímenes de vida basados en el suplicio, el confinamiento, e incluso, de tener que cumplir patrones y estereotipos correspondientes a lo que cada época construyó y definió como “su enfermedad” (en su momento con la tuberculosis, y luego con el VIH). Se hizo hasta una caricaturización de lo que es un cuerpo enfermo, generando el espacio a una nueva narrativa puesta encima de estos cuerpos, que ya cargan no sólo con el peso de un padecer biológico – con todas las implicancias físicas, emocionales y mentales que esto conlleva-, sino con un estereotipo histórico, un prejuicio, y un imaginario social y cultural al que tenían que responder. Cargar con una situación de corporalidad “disfuncional” para lo que significa un cuerpo sano o “normal” en términos de producción y de imaginarios, significa también el cargar con todo el imaginario multidimensional que se impone con la narrativa de los modos de estar en enfermedad. “Se atribuye invariablemente la enfermedad a la resignación. Los relatos muestran siempre cómo, a medida que la enfermedad progresa, uno se va resignando”

Se convierte la condición de enfermedad en una frontera que determina socialmente cuánto puede un cuerpo y cuánto DEBE, a la vez que pone un límite, en casos como las enfermedades virales, a los espacios, generando también una forma de régimen sanitario en torno a lo viral y a las metáforas y narrativas que se producen.

“Aunque la mixtificación de una enfermedad siempre tiene lugar en un marco de esperanzas renovadas, la enfermedad en sí (ayer la tuberculosis, hoy el cáncer) infunde un terror totalmente pasado de moda. Basta ver una enfermedad cualquiera como un misterio, y temerla intensamente, para que se vuelva moralmente, si no literalmente, contagiosa. Así, sorprende el número de enfermos de cáncer cuyos amigos y parientes los evitan, y cuyas familias les aplican medidas de descontaminación, como si el cáncer, al igual que la tuberculosis, fuera una enfermedad infecciosa. El contacto con quien sufre una enfermedad supuestamente misteriosa tiene inevitablemente algo de infracción; o peor, algo de violación de un tabú. Los nombres mismos de estas enfermedades tienen algo así como un poder mágico”

Se construyen tantos registros simbólicos de lo que es una enfermedad, que terminan convirtiéndose en un fantasma de la época, que instaura no sólo un temor individual, sino un régimen sanitario de control- tenemos la experiencia sumamente cercana del contexto pandémico que atravesamos mundialmente a causa del covid-19, en el cual pudimos ver directamente lo que muchos textos sobre biopolítica nos hablaron: lo útil que resulta una enfermedad para someter, administrar y ordenar sociedades enteras a partir del miedo a la enfermedad, el sufrimiento y la muerte-


“El gesto de querer mantener “limpio” y “sano” el entorno, eliminando el moridero, responde a un gesto de exclusión de lo indeseado con fines de mantener un espacio que es percibido como intacto.”


Esa carga sobre el cuerpo, como condena biológica y social, es doble límite, desde lo ya mencionado, hacia lo condenatorio que vuelve al cuerpo enfermo.
El mismo imaginario de una enfermedad genera que nos definamos/ leamos/limitemos desde el lugar de cuerpo enfermo en espera de una cura es otra carga más. Se incepciona el límite mental dentro de las personas en situación de enfermedad a causa de toda esta construcción histórica, narrativas, imaginarios, produciendo el límite que muchas veces es más incapacitante que la enfermedad misma, así como los límites sociales, sanitarios, o de la Sociedad construida desde el imaginario del cuerpo sano y productivo y que también repercuten de manera negativa.


“La sociedad actual es denominada como “sociedad de control y éste se ejerce fluidamente en espacios abiertos, en forma desterritorializada, mediante los psico-fármacos, el consumo televisivo, el marketing, el endeudamiento privado, el consumo, entre otras modalidades. Lo esencial en ellas son las cifras fluctuantes e intercambiables como las que muestran el valor de una moneda en las otras, (…) las fábricas son reemplazadas por las empresas, que son formaciones dúctiles y cambiantes, las máquinas simples por sistemas computarizados de producción y control. La in-dividualidad es sustituida por “divuales” externos, informatizados e informatizables, que se desplazan en un espacio virtual”

En el capitalismo mundial integrado, el cuerpo es comprendido como un cuerpo-especie, cuerpo-máquina, un objeto con condición de mercancía cuyo bien más preciado es su fuerza de trabajo para poder mantener un ritmo de nivel de producción en las empresas. Los sujetos son cifras, y su condición para ser una cifra que forma parte de las políticas de cuidado es formar parte del sector funcional de la sociedad: la enfermedad es incapacitante, deshumanizante, impide poder seguir en el ritmo de vida del trabajo asalariado, de trabajar para sobrevivir. Es la muerte doblemente condenatoria. Es ahí donde la medicina aparece desde otro lugar, operando como una configuración adoctrinante que se sustenta a sí misma moralmente desde el discurso del cuerpo sano, en desprecio del cuerpo doblemente condenado. “La mirada médica no se limita a intervenir en lo orgánico, sino que se extiende al régimen de vida del sujeto atendido”


¿Qué se puede pensar del cuerpo cuando existen tantas fronteras que se imponen para instaurar regímenes de modos de habitar en pos de la producción? ¿Se puede pensar en un porvenir para el cuerpo dentro de un discurso médico que no se corresponda con los relatos sanitarios dominantes?

“La conciencia del futuro es un hábito mental, y una corrupción intelectual, tan específica del siglo XX como la conciencia histórica que, como lo señaló Nietzsche, transformó el pensamiento del siglo XIX. Ser capaz de estimar cómo se desenvolverán las cosas en el futuro es un subproducto inevitable de una comprensión más sofisticada (cuantificable, probable) de los procesos, tanto sociales como científicos. La capacidad de proyectar los acontecimientos hacia el futuro con cierta precisión ha ampliado el contenido del poder, porque se convirtió en una vasta fuente de instrucciones sobre cómo proceder con el presente. Pero, en realidad, la mirada al futuro, que antaño estaba vinculada a una representación lineal del progreso, con los nuevos conocimientos de que disponemos, jamás soñados, se ha convertido en la visión de un desastre.” 

La estandarización de las cuencas- y de la vida-, la imposición de los estudios cuantitativos, la reducción de la sociedad a cifras, de la mano con la iconografía de las enfermedades, termina de instaurar la sociedad de control disciplinario, enfocada en la administración de los cuerpos, construyendo nuevos regímenes y espacios de inclusión diferencial a los cuerpos padecientes. “Solamente se pretende gestionar su agonía y mantener a la gente ocupada mientras se instalan esas nuevas fuerzas que están llamado a nuestras puertas. Se trata de las sociedades de control, que están sustituyendo a las disciplinarias. “Control” es el nombre propuesto por Burroughs para designar al nuevo monstruo que Foucault reconoció como nuestro futuro inmediato”

Ahora bien, sobre el proceso de medicalización de la vida, Perlongher agregaría: "Como parte de un programa global de "medicalización" de la vida -que, en última instancia, sería en sí misma una "enfermedad" - la medicina confisca y se apropia de la muerte, proveyendo respuestas _tecnocráticas a miedos ancestrales y vendiendo sutilmente cierta ilusión de inmortalidad. La institución médica se coloca, así en situación de legitimar su jurisdicción moral, ello es, la potestad de establecer, en nombre de la salud, las reglas de la existencia. Ya se sienten en lo cotidiano las consecuencias de esa paulatina medicalización.”

Como podemos ver, hay un serio interés histórico, económico y político en la intencionalidad de instaurar regímenes de control a partir de los fantasmas de las enfermedades y de la muerte. Regímenes de control psico-farmacológicos, de medicalización de la vida, y de control social. Estrategias del biopoder para poder generar dispositivos de vigilancia operando bajo pretexto de las políticas del cuidado; poder generar fronteras, separaciones y límites, cordones sanitarios, a una ciudad que está siendo administrada con fines de preservar su orden y su utilidad. Porque eso es un cuerpo para el capitalismo: utilidad. Y, por lo mismo… ¿podría pensarse un cuerpo que no responde a las exigencias del sistema como un espacio de subversión? ¿Una disrupción de la frontera? ¿Un exceder el relato del cuerpo-máquina?

Un grupo organizado de Alemania cuyas siglas eran SPK (Sozialistisches Patientenkollektiv) plateaba un discurso en relación a capitalismo y enfermedad, dado que tenían una tendencia de izquierda socialista radical. Se posicionaron contra la medicina, y contra los médicos, enunciando que eran enemigos de la clase. En uno de sus cuadernos de propaganda llamado “la enfermedad como arma” podemos encontrar algunos de estos extractos:


“4) La enfermedad es la única forma bajo la cual la “vida” es posible en el capitalismo.
5) La enfermedad y el capitalismo son idénticos: La extensión y la intensidad de la enfermedad aumentan a medida que se acumula capital muerto - una acumulación que corre pareja con la destrucción del trabajo humano. Así llamada destrucción del capital.
6) Las relaciones capitalistas de producción implica la transformación del trabajo en materia muerta (mercancía, capital). La enfermedad es la expresión de este proceso que se extiende más y más.”
Esta lectura guarda mucha relación con lo que exponía Deleuze al respecto de la sociedad de control, pero llevando el esqueleto unificador de las enfermedades epocales a otro nivel: lo equipara con el esqueleto económico de la sociedad para posicionar desde ahí una apología a la enfermedad como un arma, como una disonancia disruptiva con la corporalidad funcional que se espera desde los regímenes dominantes.
“De esto se trata cuando uno se pregunta cómo estar a la altura del tiempo. Hacer de la enfermedad un arma, esto es una primera mirada a un futuro que queda por hacer, un futuro libre de (Endlösungs-) nombres, gobernadores, fábricas de salud, etcétera. Nosotros lo llamamos Utopatía.
Ha muerto el occidente,
la enfermedad sigue haciendo frente.”


Conclusión
Cuando observamos la historia de las patologías desde el prisma biopolítico, no es difícil reconocer los hilos conductores hacia una historia de la patologización instrumental de parte de los regímenes de poder. Una serie de mecanismos, narrativas y herramientas que han sido construidas para perpetuar un temor a la enfermedad, a la muerte, y recordar a la sociedad la condición de vulnerabilidad e indefensión natural ante la que no encontramos, para así legitimar las estrategias de control biológico, sanitario y político que pueden imponer cuando la situación lo amerite y así asegurar no sólo “nuestro bienestar”, sino también asegurar la estabilidad de su modelo.

Por lo demás, así como SPK menciona en sus escritos, ¿de qué bienestar estamos hablando? Del bienestar de ser un cuerpo operativo, productivo para el Capital. No podemos olvidar que todas las políticas que gestionan la vida y permiten la muerte de manera indiferente tienen un límite: dejan de funcionar para preservar el bienestar cuando un cuerpo llega a la vejez. En el contexto de nuestro territorio, dominado por el estado de Chile, es un problema político sumamente latente, al respecto de la crisis de las pensiones por jubilación. El bienestar político es gestionado sólo para cuerpos que aún tienen fuerza de trabajo para ser extraída en beneficio de la industria de producción capitalista, por lo que, el imaginario de bienestar, está totalmente secuestrado por la función utilitarista que el modelo ha impuesto sobre el cuerpo-especie.
La condición de enfermedad aparece como amenaza en muchos niveles – como miedo a sufrir, miedo a morir, miedo a ser inútil para el sistema y quedar al abandono-, pero, también aparece como disrupción de la idea de que el cuerpo humano es un molde, producción en serie para ser un engranaje. La enfermedad nos saca de normalidad, nos pone en tensión, y pone en tensión todos los discursos médicos y deja entrever las matrices de opresión y explotación que mantienen las prácticas médicas de sanitización y control. La enfermedad, más allá de los fantasmas siniestros y los simbolismos históricos, tiene una potencia política disruptiva inmensa por descubrir.

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